Cuando Simón Bolívar soñó con la integración de América Latina, jamás imaginó que en pleno siglo XXI su máximo promotor y compatriota venezolano lo convirtiese en un problema personal, y mucho menos que el enemigo se haya vuelto la capacidad y libertad de cada individuo de vender el producto de su esfuerzo al precio más favorable y preferencial. Al final de cuentas, un Tratado de Libre Comercio que ha sido bien y justamente negociado es precisamente eso, la oportunidad de obtener una mayor recompensa por nuestra creatividad, inversión de tiempo, esfuerzo y capital. Sin embargo, hoy el gobierno venezolano ha dado oficialmente comienzo a una era en la cual el comercio se convierte en un arma política, la iniciativa privada debe sujetarse a los designios del mandatario venezolano de dividir para conquistar, y nuestra capacidad industriosa debe someterse a su imperativo ideológico de controlar la capacidad y potencial de los países andinos en nombre sus rencillas personales, y uno que otro exabrupto hormonal.
La integración como un acto político - y no así una consecuencia del mutuo interés económico - prostituye al intercambio, y enaltece el dominio político, al precio de dejar de crear empleos y de crear las condiciones para un desarrollo económico que permita a la población incrementar su bienestar. Está muy claro que el polemizar y polarizar es un lujo que puede darse el “nuevo rico” del barrio, Hugo Chávez, quien tiene los recursos y la energía con la cual odiar libremente. El arte de crear empleos, cuando no se hereda una fortuna enterrada bajo el suelo, requiere de conciliar intereses y posiciones en nombre de desarrollar mercados, un asunto que de personal no debería tener nada. Pero el “Comandante de la Desavenencia” ha personalizado la integración Latinoamericana al enemistarse con Alan García, acto que además de ser una clarísima intromisión en asuntos internos del Perú, es una gigantesca raya en el piso que pretende secuestrar la voluntad política de nuestros pueblos de crear condiciones favorables para la producción e intercambio comercial.
Si Jaime Paz Zamora alguna vez nos utilizó - y bajo la presunción de inocencia aún queda ello por ser comprobado - es hora que lo utilicemos para darle cuerpo a la abstracción política que hoy envuelve nuestro continente. Otrora, el estándar para acusar a alguien de “agente del imperio” era un poco más elevado. Hoy con simplemente defender el Tratado de Libre Comercio, Alan García se convierte en “el candidato de George Bush”. Irónico resulta, entonces, que siendo que terminó la Guerra Fría, el tribalismo resucita para obligarnos a ver el mundo en blanco y negro, matar o morir, ellos o nosotros, creando así sombras tenebrosas y enemigos para dividir y conquistar. ¿Y qué tiene que ver con esto Jaime Paz Zamora? Tal vez porque representa – simbólicamente – la pugna ideológica entre la izquierda tribalista y la izquierda racional. Los extremos son por todos conocidos, con Lula y Bachelet manejando mercados y economías avanzadas, y Chávez, Castro y ahora Morales avanzando una agenda guiada por la enemistad personal. Al igual que Alan García, Paz Zamora tuvo un desempeño mediocre, incluso ensombrecido por acusaciones que esperemos se aclaren pronto. Sin embargo, ambos representan un izquierdismo que – en su momento - no supo entender que la economía requiere de independencia política, y que la voluntad, por muy buena que sea, no es reemplazo para los incentivos que requieren los productores para producir. Por lo tanto, debemos utilizar la experiencia de Jaime Paz para entender que la economía no es un acto político, y que es la consecuencia de premiar a nuestros productores por crear las condiciones para vivir en paz, no la menor de ellas el crear empleos.
La independencia de la economía de la política fue la base del éxito del Pacto de la Moncloa, fundamento ideológico del desarrollo español. Sin la libertad de agendas y odios personales, la productividad – que implica inversión de tiempo, sudor, y capital – queda reducida a la explotación por parte del Estado de los recursos naturales, mientras que los recursos humanos pueden quedar reducidos a la condición de un enjambre de hormigas, cada quien ocupando el lugar que se le designa en nombre de la igualdad. Pero como ha demostrado la historia con demasiada claridad, una igualdad sin libertad es receta del estancamiento social, político y económico, y es una justicia truncada, debido a que no permite precisamente el desarrollar la imaginación, iniciativa y el esfuerzo por constantemente mejorar procesos y condiciones para vender más y mejores productos, consecuencia de la capacidad creadora del ser humano.
Sin embargo, resulta que ahora el libre comercio es un concepto reaccionario y vende patria, y la libertad seguramente pronto se convertirá en una excusa burguesa y neoliberal para perpetuar la desigualdad e injusticia. Esto tal vez sea la resaca del fracaso de una izquierda andina latinoamericana, que ha gobernado sin grandes logros intermitentemente los últimos 20 años y, por el contrario, con demasiados desaciertos e indicios – por ser comprobados – de corrupción. En Bolivia, sin embargo, en lugar de un debido proceso, simplemente se sataniza a los enemigos, tal vez en un maquiavélico afán de eliminar a la izquierda racional, en nombre de un tribalismo extremista que reduce todo a blanco y negro, y cuya táctica política es embarrar a todo quien se opone, reduciéndolos a colonialistas, imperialistas, racistas y Judas del desarrollo nacional. En medio de tanta demagogia y retórica populista se pierde un hecho fundamental: las diferencias entre unos y otros es de método, de políticas y principios, y no así de objetivos. Todos queremos justicia para nuestros pueblos, para poder todos prosperar bajo la ley y poder así vivir en paz. Pero el satanizar para deslegitimar, y el dividir para perpetuarse son las consignas del bloque tribalista, hoy a la cabeza del máximo odiador del continente. Ante este espíritu que se apodera de la región andina, de ser elegido Alan García Presidente del Perú, será difícil imaginarnos a él y Chávez celebrar – por ejemplo - la construcción de un corredor energético que integre al continente sudamericano, y haga realidad el sueño bolivariano de una integración que permita el desarrollo y crecimiento de nuestras naciones. Esto tendrá que esperar, ciudadanos, hasta que la economía deje de ser ficha de negociación de una agenda ponzoñosa, tribalista y personal.
Flavio R. Machicado Teran
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