Según la leyenda, un hombre se ahogó, y su cuerpo flotó hacia la propiedad de una familia que vivía río abajo. Cuando la familia del fallecido se enteró dónde estaba el cuerpo, fueron a reclamarlo para darle un entierro digno. Lamentablemente, querían una gran recompensa, más de lo que los parientes del fallecido podían pagar. Así que acudieron al abogado del pueblo, quien les dijo,“No se preocupen, tendrán que darnos el cuerpo al precio que ustedes están dispuestos a pagar”. “Después de todo, nadie más está interesado en pagar ni un céntimo por él, así que se lo tendrán que regresar”. El abogado, después de cobrar sus honorarios, fue a visitar a la familia que tenía el cuerpo y les dijo, “No se preocupen, los parientes del difunto tendrán que pagar lo que ustedes piden. Después de todo, no tienen donde más ir para recuperar a su ser querido”. “Si me pagan mis honorarios, yo les aseguro que lo ustedes piden, se lo tendrán que pagar”.
El gobierno parece utilizar la lógica de la leyenda del cuerpo ahogado, y supone que Brasil tiene que comprarnos el gas, porque no tiene otra opción. Según éste cálculo, incluso si Venezuela quisiera tumbarnos el negocio, tendría que esperar hasta el año 2011, lapso que permitiría a Bolivia compensar por una reducción en la inversión extranjera directa de mil millones de dólares en 1999, a posiblemente cinco mil el 2006. Con cinco años de exprimirle a la “familia del difunto” unos buenos Reales - parece ser la lógica - estaríamos en condiciones para industrializar el gas, y obtener una bonanza financiera con los productos derivados que produciríamos con nuestro preciado recurso natural. Ello, sin embargo, de todas maneras implica crear y acceder mercados. Es decir, igual hemos de requerir de quienes estén interesados en hacer negocios con Bolivia ycomprar el papel, botellas, pinturas, fertilizantes, acero, ladrillo y ropa quehemos de producir utilizando nuestro gas.
No cabe duda que las empresas petroleras están generando tantas ganancias, que incluso en los EEUU, la oposición Demócrata está gestionando para que se pasen leyes más estrictas que permitan controlar los precios que cobran. Bajo la excusa que la oferta se contrae ante conflictos del índole internacional, las empresas petroleras están exprimiendo a la economía mundial, mientras que pequeños países como Bolivia, deben hipotecar su desarrollo en nombre de obedecer los dictados de las trasnacionales. Nadie está de acuerdo con esto, y si se tratase de “lo justo”, Brasil debería pagarnos el doble de lo que pagan por nuestro gas natural. Sin embargo, lamentablemente en la vida no se obtiene lo que uno merece, sino lo que uno negocia. Pero sin credibilidad internacional, sin seguridad jurídica para los inversionistas, y con una política económica errática y guiada por las emociones, nuestra posición negociadora no será la mejor.
Hacia este fin, creo que la Asamblea Constituyente habrá de permitir que toda la sociedad boliviana, incluso las nuevas minorías, puedan aportar su granito de sabiduría, para crear un marco legal coherente con nuestras necesidades, que a su vez permita hacer de Bolivia una nación atractiva para la inversión. Pero para entonces puede ser tarde. No sea que, al contrario de la astucia del abogado del diablo, por pura ingenuidad no nos demos cuenta que el difunto es nuestro, y al contrario de la leyenda, por bravuconadas e incongruencias políticas, perdamos de vista que nuestro bienestar depende de que no siga enterrado. Al presidente Lula, a todo esto, lo agarramos en mal momento, en medio de su campaña de reelección. Si Lula debe elegir entre darnos “lo que merecemos” y perder las elecciones, o comprar gas licuado en Asia, cuidado que con una inmensa y solidaria sonrisa en la boca, espere hasta que pase el tiempo– y las elecciones presidenciales – para luego optar por proteger la soberanía brasilera buscando otras fuentes energéticas, y la oportunidad de hacer “buenos negocios” se nos empiece a deteriorar.
Flavio R. Machicado Teran
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