El astro rey no puede girar simétricamente alrededor de su eje, debido a que lejos de tener valles y montañas, son simples gases los que constituyen su inmensidad. Un plasma en permanente movimiento hace al sol, cual océano de fuego en ciclónica danza que lo mantiene permanente en frenesí. Cada vez que su majestad hace erupción, lo hace con el poder de un millón de volcanes, desprendiéndose torrentes de electrones, en llamaradas solares que violentamente surcan el espacio. A una velocidad que puede alcanzar más de ocho millones de kilómetros por hora, nubes magnéticas se despiden de su superficie, afectando el delicado balance que existe en nuestro planeta precisamente porque lo alimenta su luz.
En 1859, una brutal tormenta solar causó estragos en la tecnología del momento: el telégrafo. Una tormenta similar hoy afectaría satélites, celulares, radio y televisión, causando cortes en el suministro eléctrico, y generando caos y desesperación en poblaciones insufriblemente dependientes de la electrónica. El narcisismo burgués de quienes practican un neoespiritualismo teosófico, encuentra en este inminente evento una prueba más que la salvación humana depende de una iluminación cósmica, regida por leyes universales que gobiernan a los astros, y que guiarán la transformación humana también. Confían ciegamente algunos que, cuando se apague la maquinaria que sustenta la modernidad, se encenderá mágicamente una conciencia eterna, de la cual surja automáticamente nuestra redención.
Los mitos de antaño están en crisis, y dejan de invocar en la imaginación de la juventud aquel horizonte que guiaba nuestro breve paso por la vida, que imprimía en nuestra mente una ética para convivir gentilmente, y el amor que hacía humano nuestro corazón. Perdidos entre oraciones consumistas y trompetas del nihilismo, nos aferramos a cualquier fenómeno que venga desde afuera a rescatar nuestro desconsuelo, y a darle sentido al vacío que ocasiona nuestra incapacidad de seguir creyendo en una razón trascendental. Así, los ilusos prefieren “creer” en un astro que ilumine su ego repentinamente, que “crear” paulatinamente condiciones para avanzar el proceso de perfeccionamiento de nuestra cultura, leyes y cosmovisión.
Afortunadamente el misticismo y esoterismo burgués encuentra ahora su simétrica contraparte en el igualmente demagógico nacionalismo populista, casualidad histórica que facilita la siguiente reflexión: Soluciones mágicas y repentinas únicamente funcionan en los cuentos de hadas. No existe una “revolución automática”, y los procesos históricos requieren de más que simplemente un dogma, o la voluntad de un partido. Al igual que los fenómenos astrales no pueden reemplazar la capacidad humana de crear su realidad, los movimientos políticos no pueden reemplazar la necesidad humana de crear reglas de juego que dan lugar a la paz, justicia y libertad. Ni el sol, ni el caudillo, pueden salvarnos del imperativo de construir - sólida y sabiamente - las condiciones que hacen posible la estabilidad y el desarrollo. En el plano individual se requiere de una mitología que permita actuar de manera consistente con el supuesto avance de nuestra conciencia; en el plano social se requiere de las leyes y principios que permitan avanzar nuestro supuesto desarrollo democrático e institucional.
Flavio Machicado Teran
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