Había pasado apenas una hora y veinticinco minutos desde el primer ataque para que cualquier palabra enunciada por un secuestrador para calmar a los pasajeros jamás vuelva a tener credibilidad, por lo menos no sobre suelo norteamericano. Los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines - al ser informados por teléfono que su nave era ahora un misil suicida - optaron por morir en el intento de interrumpir el ritual de sacrificio del que ahora participaban involuntariamente. Una vez que entendieron que el objetivo de sus captores era superior incluso a su instinto de supervivencia, los pasajeros equipararon su racionalidad a la de sus oponentes, y su integridad física dejó también de ser prioridad. Por ende, no tuvieron otra alternativa que unir esfuerzos para evitar que otros mueran allí abajo, y decidieron inmolarse igual.
Debido al cambio en conducta de ciertos secuestradores, incluso un exabrupto dentro de una aeronave nunca más será igual. Cuando Troy Rigby, un esquizofrénico de 29 años, sintió claustrofobia, saltó del avión y empezó a correr, un sheriff le propino cuatro choques de alta corriente porque, “pensó que traía una bomba en su mochila”. Troy murió de un ataque al corazón. En otro caso, Rigoberto Alpizar, fue abatido a balazos después de salir del avión amenazando que tenia una bomba. Rigoberto sufría de bipolaridad. La conclusión es muy sencilla: los hechos del 11 de septiembre han eliminado la posibilidad de brindar al otro el beneficio de la duda sobre sus verdaderas intenciones (o limitaciones), y dentro de un avión es ahora inexistente la credibilidad de cualquiera que intente subvertir la paz.
La manera cómo ahora manejamos el que alguien siquiera intente ejercer violencia, ha sido afectado por la nueva ausencia de credibilidad. Ahora la mera perspectiva de imponerse mediante intimidación es causa de reacciones muy drásticas, ya sea en manos de un oficial de la ley, o de un grupo de paranoicos ciudadanos. Hemos cruzado el umbral de la racionalidad, y ahora todos estamos obligados a ser igualmente viscerales, y responder con igual violencia que la que debemos suponer habrá de utilizar nuestro adversario.
Las conductas por lo general son predecibles. Pero cuando éstas se tornan inconsistentes o irracionales, las respuestas tienden a adaptarse a dicha inconsistencia o irracionalidad. Nuestra cultura política está lentamente cambiando. Sin embargo los cambios parecen estar sujetos a la visceralidad, demagogia y sofistería de nuestros políticos, quienes actúan impetuosamente, con objetivos de corto plazo, y sin entender que lo que dicen y hacen está afectando la conducta de los demás. Los que gobernaron ayer pedían entonces detener la demencia de los bloqueos y permitir gobernar. Ahora les conviene defender la desobediencia civil como una expresión democrática. Los bloqueadores de ayer protestaban las imposiciones del Estado. Ahora que gobiernan dicen querer “garantizar la autodeterminación de los pueblos”, cuando en realidad les conviene centralizar el poder político. Nadie ejerce principios, nadie cree en nadie, y en juego está también la credibilidad de nuestro sistema político, el cual evidentemente necesita mejorar. Sin embargo, sus deficiencias no son tan peligrosas como la posibilidad de que - entre bolivianos - perdamos por completo el 2007 la posibilidad de cooperar.
Con lo mejores deseos que no sea ese el caso, felicidades y éxito!
Flavio Machicado Teran
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