Friday, January 12, 2007

Mundos Paralelos

Una minoría solía gobernar la nación de manera corrupta y despiadada. Hoy, con la ayuda de los recursos invertidos por un país amigo, la mayoría por fin ha sido liberada del yugo opresor, y es ahora quien dirige el destino de todos. La estabilidad, sin embargo, no se ha cristalizado mágicamente simplemente porque el equilibrio del poder ha cambiado radicalmente. Por el contrario, hoy la inestabilidad es mayor que nunca. Uno supondría que en la agenda de las partes en conflicto, estaría en primer lugar superar el impasse político, hacer a un lado el rencor, y construir una nación prospera. Después de todo, la nación cuenta con una de las reservas de hidrocarburos más grandes de la región. Lamentablemente, puede más la desconfianza, el resentimiento mutuo, y la mayoría ahora gobierna con la misma miopía y sed de poder que sus predecesores, sin importarles que es precisamente esa actitud la que ahora crea tanta inestabilidad.

Lo que se debe entender es que la inestabilidad es también una estrategia política, una diseñada para concentrar el poder, y que permite justificar el acabar con el enemigo. Esa es la agenda de las partes en conflicto en Irak, y quienes sufren no son las milicias sunníes y chiítas, sino la gente que vive a diario, con hambre y sin trabajo, y que debe soportar las inclemencias del odio partidista que conduce a la muerte violenta de unos 15,000 iraquíes al mes.

El nudo gordiano en Irak es como lograr que la nueva mayoría, el gobierno chiíta, gobierne democráticamente, compartiendo el poder en regiones que tienen poblaciones sunníes. Es verdad que estas minorías sunníes gobernaron bajo Saddam Hussain con mano despiadada. Evidentemente es menester de la sociedad iraquí desarrollar las leyes y el sistema político que evite que ahora se cometan las mismas atrocidades, y si hubo abusos imperdonables – como ser el genocidio contra poblaciones kurdas con armas químicas – los responsables deben ser castigados. Lo que no es prudente es exacerbar el rencor, e intentar que la minoría sunní en Irak ahora deba ser gobernada bajo un centralismo opresor que pretende castigar su accionar pasado. Sin embargo es precisamente este mutuo odio entre hermanos, y la manipulación del mismo por parte de milicias - cuyo objetivo es que se profundice la guerra civil en Irak - que ha logrado que la nueva mayoría chiíta ahora tenga un monopolio del poder aun en regiones en las cuales ellos son minoría, idéntica injusticia que otrora contra ellos se cometió.

Países sin recursos naturales, como ser Islandia, Bélgica, Holanda y Finlandia, son prósperos porque todos sus ciudadanos son libres e iguales ante una ley que es justa y razonable. Este marco de garantías, derechos y obligaciones crea el incentivo para participar en el proceso de creación, acumulación y distribución de riqueza. La evidencia está en los hechos, y solo requiere observar cómo naciones construidas sobre cenizas volcánicas, como es el caso de Islandia, tienen un ingreso per capita de más de 32,000 dólares anuales. En Irak dicho marco aun no existe, pero lo más preocupante es que tampoco existe la voluntad o compromiso entre sus protagonistas políticos de crearlo. En Irak no existe una comprensión que la libertad individual y la responsabilidad individual son elementos indispensables para crear estabilidad y prosperidad, simplemente porque no necesitan crear riqueza, solo necesitan controlarla. Más preocupante aun, no lo entienden porque su visión es tribalista, y su agenda es de someter al otro a su visión de cuantos califas heredaron de Mahoma su poder divino.

Uno de los problemas más graves en Irak es que los chiítas son quienes ahora controlan el ejercito y la policía, y tienen presiones muy fuertes de sus bases radicales y fundamentalistas de no interceder en nombre del orden cuando son sus aliados los que arremeten contra la oposición sunní. Hay evidencia que – según líneas sectarias – hay interferencia política para determinar dónde se resguarda la seguridad ciudadana, y dónde no. Cualquier similitud a la aplicación del Estado de Derecho en Bolivia es pura casualidad.

Flavio Machicado Teran

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