Existen minorías que son patologías de la mente. La más dramática son aquellos individuos - psicópatas - que carece sentimiento de culpa o remordimiento y que actúan sin un sentido de comunidad. Sin conciencia del impacto que tienen sus actos sobre la fibra social, deambulan entre nosotros con grandes sonrisas y una paciencia infinita para aprovecharse de quienes cruzan su camino. Los narcisos y ultra-egoístas pertenecen a esta coalición de facto de truhanes accidentales que no son culpables que la lotería genética los haya hechos tan mezquinos.
Todos menos ellos deben confiar en el prójimo, cooperar y contribuir al bien común. Sin ese contexto de solidaridad social, las "minorías de las patologias" no tendrían acceso a las riquezas del poder. Su abuso del sistema, sin embargo, no debe o puede ser corregido en centros de readaptación social. La opción social debe ser favorecida a la ingeniería social. La patología humana, por ende, debe tratarse mediante un diseño constitucional (y correspondiente cultura cívica) que minimice los impactos nocivos de una minoría genética que no ha elegido su condición.
En EE.UU., la coalición de psicópatas, narcisos y ultra-egoístas en la derecha han colaborado en utilizar el marco constitucional para avanzar el “yo”. Toda acción tiene reacción, y las fuerzas tienden a encontrar su equilibrio. EE.UU. es hoy una sociedad polarizada, enfrascada en una agria pugna política alimentada por dos visiones contrastantes del camino a seguir. El individualismo exacerbado una vez más es enfrentado por un paladín del poder de “nosotros”, y en la victoria de Barak Obama estaremos frente a una revolución democrática que - comparada con la “bolivariana”- ofrece un contraste similar al que existe entre la imprenta de Gutenberg y el Internet.
La posibilidad de este golpe de timón en el imperio se debe a que el orden social norteamericano está garantizado por un contrato social que permite dirimir diferencias políticas dentro de un pacto social implícito en un diseño constitucional práctico, sencillo y funcional. La iniciativa personal y los derechos del individuo no serán arrollados por el delirio de justicia de una colectividad desafectada. El equilibrio es movimiento permanente, no la destrucción del otro polo.
La mejor defensa contra la patología de una minoría es incorporar su energía, a la vez de proteger a la sociedad de su incontrolable ímpetu de acumulación alimentado por su patológico sentimiento de insuficiencia. Un sistema bien diseñado permitirá un equilibrio entre egoístas y altruistas, los que asumen riesgos y cobardes, los que trabajan 12 horas y los que solo saben protestar, entre el “yo” y el “nosotros”. En EE.UU. la izquierda debe ganar para avanzar el equilibrio. El siguiente paso en esa dirección es elegir el individuo mejor calificado para la vicepresidencia.
La elección de los “mejores”, sin embargo, puede ser secuestrada por quienes dan prioridad a su propio poder. No hay que ser psicópata para ser mezquino. Cuando la minoría genética de narcisos y egoístas agarran el micrófono para ventilar su odio o inculcar temores, pueden causar una respuesta cognitiva similar a la que nuestros antepasados sentían ante la silueta en el horizonte de un ejército en avanzada. Mientras más cerca al oído del líder, más sutiles serán sus opciones estratégicas. Dentro del círculo de decisión su manipulación puede asumir incluso la forma del silencio. Muchas variables pesan en la elección del “mejor” vicepresidente y Obama deberá escuchar a su conciencia, no a las garrapatas del poder.
Flavio Machicado Terán
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