En la diplomacia un “ultimátum” es un pronunciamiento que amenaza con una severa consecuencia en caso de no aceptar los términos que han sido propuestos. El martes pasado vio el fin a las primarias del partido Demócrata con la sorpresiva declaración de Hillary Clinton de estar dispuesta a aceptar la vicepresidencia norteamericana. Su inocente comentario no otra cosa que un ultimátum a Barak Obama: “Aceptas el binomio Obama-Clinton y compartes conmigo el poder, o corres el riesgo de perder las próximas elecciones”.
Por primera vez en la historia de EE.UU. dos candidatos reciben 34 millones de votos en la elección interna de un partido, y por primera vez la diferencia es tan cerrada. El excepcional avance social que representa el hecho que la pugna sea entre representantes de grupos sociales que hace apenas unas cuantas generaciones no tenían siquiera el derecho al voto, hace que la contienda sea tanto más excepcional. La elección primaria ha llegado a su fin y Barak Obama es el candidato a la presidencia por el partido Demócrata. Todo indica que Obama será el primer descendiente de una minoría étnica a ser electo líder de una potencia mundial.
El 17 de junio de 1988, el New York Times daba al candidato demócrata Michale Dukakis 15 puntos de ventaja sobre George H. W. Bush, el padre del actual presidente norteamericano y entonces vicepresidente de Ronald Reagan. Al final, el vicepresidente Bush ganó las elecciones 411 votos electorales a apenas 111 votos para Dukakis (el voto popular fue 53.4% a 45.6% respectivamente). La terrible derrota de los demócratas se debió a que en EE.UU. el colegio electoral es quien elige al presidente y, cuando un candidato gana un Estado, recibe todos los votos del colegio electoral que corresponden a ese Estado. Estados como Ohio, Pennsylvania, Florida y Michigan tienen 23, 25, 21 y 20 votos respectivamente, mientras que Estados como Oregón, Montana, Dakota del Sur y Nuevo México tienen 7, 4, 3 y 5 respectivamente. Ganar Estados con grandes poblaciones urbanas y muchos votos electorales será clave en la próxima elección.
El partido Republicano parece estar destinado a perder estas elecciones. Su actual líder - el presidente Bush - tiene un índice de aprobación aún más bajo del que tenía el presidente Johnson en el punto más bajo de la guerra de Vietnam. Para el colmo, el candidato del partido Republicano, John McCain, casi abandona al partido en 2001 para convertirse en independiente. Su posición política de centro ha desilusionado a las bases conservadoras del partido, que han aceptado a regañadientes su candidatura, una frialdad que puede conducir a que muchos republicanos no se registren para votar en noviembre. No obstante, el pueblo norteamericano se encuentra en una encrucijada única: en la derecha tienen a un candidato flemático que nadie quiere y en la izquierda un candidato carismático que es adorado por las multitudes. ¿La encrucijada? Que existe la posibilidad que, aun con lo impopular que es Bush, aun con la oposición generalizada a la guerra en Irak y una economía en serios problemas, gane el candidato del partido que - hoy por hoy - es despreciado por el pueblo norteamericano. Y aunque muchos seguramente querrán simplificar las cosas y acusar a los norteamericanos de racismo, si llega a ganar Mc Cain, será porque los simpatizantes de Hillary (y sobre todo las mujeres) sintieron que a su líder fue tratada injustamente.
Si Obama opta por otra mujer que no sea Clinton, un segmento de la población vera esta decisión como una gran injusticia, ya que ninguna mujer puede ser una mejor candidata que aquella que ha arrasado en la votación. Si Obama opta por un hombre y rechaza la “oferta” de Clinton, igual las bases de Hillary se sentirán insultadas. Si una minoría de simpatizantes de Clinton, cualquiera su género, condición social o etnia, se siente desafectada porque a Hillary se la hizo a un lado, es posible que incluso cometan la irracionalidad de votar por el oponente. Un voto demócrata que pasa a ser republicano vale por dos, y en una elección cerrada esa puede ser la diferencia
En un experimento llamado el Juego del Ultimátum los participantes deben dividir una suma de dinero con las siguientes condiciones: uno de ellos debe decidir cualquier distribución (el papel que juega Obama), y el segundo debe aceptar o rechazar la propuesta (El papel que juega Clinton). Si el segundo rechaza la oferta, ambos reciben cero. De lo contrario, se reparten el dinero según lo que el primero considera es “justo”. La premisa de “racionalidad” presupone que el segundo participante ha de aceptar cualquier propuesta, debido a que “algo” es mejor que “nada”. El resultado, sin embargo, demuestra que las decisiones no siempre son racionales, y que existe un componente emocional. Ofertas muy bajas fueron por lo general rechazadas. El investigador Sanfey concluye que “un trato injusto… puede conducir al individuo a sacrificar una considerable ganancia para castigar al otro por lo que percibe es una ofensa”.
El juego del ultimátum pertenece a una nueva disciplina llamada neuroeconomía, que investiga el papel de la emotividad dentro del proceso de toma de decisiones. Utilizando imágenes de resonancia magnética, Alan Sanfrey y su grupo de investigadores observaron que ofertas injustas despertaban actividad en aéreas del cerebro asociadas con emociones como ser rabia o disgusto (ínsula anterior) y cognición (corteza prefrontal dorsolateral), sugiriendo el importante papel que juegan las emociones en el proceso de toma de decisiones. ¿Qué tiene esto que ver con Hillary y Obama? ¿Acaso no es Hillary la que pretende hacer una oferta, y Obama el que de pronto debe decidir si es justa?
Lo racional es que los demócratas se unan estas elecciones, para evitar que John McCain sea elegido al “tercer mandato de George W. Bush”. Lo racional es que la izquierda norteamericana se una para enfrentar a un enemigo común, un enemigo que ha utilizado el miedo y el patriotismo para justificar una estrategia que está llevando a su país a la bancarrota, logrando tan solo atizar el regionalismo y conflicto étnico en tierras lejanas. ¿Suena familiar? Pero la emotividad puede secuestrar la racionalidad, y aunque la mayoría prefiere no seguir por el mismo camino que ha llevado al desastre, si unos pocos se sienten injuriados por un mal trato y no votan (o usan el voto castigo) ello puede lograr que se elija la menos favorable opción
La derecha norteamericana entiende la dinámica emotiva (sobre todo del miedo), por lo que ha rápidamente cambiado su estrategia de pintar a Hillary como la víctima del proceso interno del partido (promoviendo así la división entre demócratas), a acusarla de pretender forzar un matrimonio bajo el barril de una escopeta, en lugar de un floreado altar. Evidentemente Hillary está jugando su mano magistralmente y en una noche que las luces deberían brillar sobre Obama, ha logrado que el reflector nuevamente este sobre ella. Obama puede reaccionar emotivamente ante el ultimátum de Clinton, y borrarla se su lista de posibles candidatos a la vicepresidencia. Pero si Obama quiere ganar en los Estados columpio en los que Clinton ganó cómodamente, debe hacer a un lado la comprensible molestia de tener que compartir el escenario.
Una visión diferente a la que ha gobernado EE.UU. los últimos ocho años requiere unidad y sacrificio personal. El cambio que el mundo añora, sin embargo, aún no está asegurado. El pueblo tal vez prefiere A por encima de B, y a B por encima de C. Lo racional sería elegir A sobre C. Pero los políticos saben aprovechar las emociones de la población y manipular nuestro proceso de toma de decisiones. Prisioneros de nuestras emociones, en la política a veces acabamos con un C. ¿Suena familiar?
Flavio Machicado Teran
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