Las cabezas a veces deben rodar para materializar el cambio. Más de tres siglos han pasado, y la Revolución Francesa sigue siendo modelo de la transformación radical. No deja de preocupar que las únicas urnas utilizadas en aquel entonces contuvieran los decapitados cuerpos del anterior estamento de poder.
Leyes imparciales, promulgadas legítimamente por todos, garantizan una sana convivencia. Las leyes, sin embargo, no siempre promueven la justicia, o alcanzan la anhelada paz. A veces el cambiarlas requiere promover un caos, para que emerja de las cenizas un nuevo orden. Una vez destruido el estatus quo, un nuevo equilibrio debe constituirse, para nuevamente poder convivir.
La paradoja es que - una vez utilizado el caos como mecanismo de cambio- crear nuevamente un equilibrio no es cuestión de voluntad. Al margen de la ideología, el imperativo político ineludible es restablecer el orden, aun cuando ello implique hacerlo a través de la coerción.
No obstante el reto del Gobierno de recrear el orden, dudo se discuta esta tan delicada labor en las reuniones de gabinete. Lo dudo, porque seguramente le corresponde al cadre analizar “cómo” utilizar el poder del Estado para imponerlo a como de lugar.
En democracia el poder debería radicar en las leyes. Sin embargo, éstas se han convertido en simples piezas de negociación. Por ende la voluntad de consensuarlas (léase “cambiarlas”) ha sido condicionada a que la media luna demuestre estar dispuesta a dialogar (léase “acatar”). Cuando las leyes dejan de ser la manifestación de la sabiduría y racionalidad colectiva, para convertirse en fichas de ajedrez, es porque el alfil se está posicionando para el jaque mate.
Para entender cómo las piezas están siendo movidas - y su dirección - basta observar como los llamados de paz de Chávez, son seguidos por el envío de diez divisiones del ejército a la frontera con Colombia. Aparentemente, el sobrevolar el espacio aéreo del vecino representa un acto de guerra, mientras que si el Gobierno vecino establece comunicaciones directas con grupos subversivos – como lo son las FARC - es porque quieren “ayudar”.
El velo que tapa los ojos de la Justicia supone que las agendas políticas no deben influir la institucionalización de la convivencia. La Justicia, sin embargo, ha sido sentada frente a pasquines que imploran “completar” la revolución, destruyendo todo indicio del pasado. El alcanzar el poder ya no es suficiente, y en vez de una balanza en sus delicadas manos, la destapada dama hoy empuña en una mano la hoz, y en la otra un martillo.
De esta manera, el tablero político se sumerge en anarquía, obligando a las partes a movilizar simultáneamente su carne de cañón. Y si la tregua continúa, es porque los bandos siguen midiendo fuerzas. La apuesta política entonces sube, y el premio supremo – convivencia y paz – pasa a un segundo plano, haciendo el imperativo imponer el cambio radical. Las urnas, por ende, saldrán pronto, pero sólo para enterrar a los caídos. El tiempo se acaba, y la inercia empieza a cerrar los espacios de reconciliación, logrando que todos perdamos la cabeza.
Flavio Machicado Teran
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