Cada esquina - allí donde cruzan dos caminos - debe ser gobernada por normas, o una ley. Alternando sus sentencias, cual imparcial juez, el semáforo es quien permite una circulación civilizada. Ante el rojo, el peatón debe detenerse, y en amarillo sería imprudente intentar cruzar. Cuando aparece el verde, sin embargo, su algarabía no es muy grande, debido a que su integridad corre igual peligro. ¿Por qué? Porque aquellos que circulan sobre ruedas, no entienden que – en verde - su derecho es seguir rodando recto, pero no intentar arrollar al que cruza en paralelo. Por ende, si los del vehículo pretenden doblar la esquina para cambiar de dirección, deberían primero ceder el paso a quienes - sin armadura acero - tienen también derecho a continuar de frente su camino.
La triste realidad es que - rojo, amarillo o verde - el peatón debe ceder el paso al más fuerte, que se impone con su poder. Y si con tres colores no logramos organizar civilizadamente la más cotidiana de las interacciones sociales, qué tanto más inconsecuente será hacer de las mejores intenciones una whipala de buenos deseos en nuestra nueva constitución.
La irracionalidad de la actual coyuntura es movilizada por varias sinrazones. Una de ellas es que ignoramos la diferencia entre correlación y causalidad. Correlación– por ejemplo – es cuando, independientemente de cualquier acto humano que no involucre nitrógeno seco y un avión, existe una mínima probabilidad que llueva. Sin embargo, si de cada tres veces que realizamos - con harta fe - una danza de la lluvia, luego llueve, quedamos convencidos que fue nuestro ritual el que exprimió de las nubes su humedad. Confundimos de esta manera “causalidad”, por lo que en realidad es una simple y vulgar correlación entre dos sucesos.
Enloquecedor resulta entonces observar el diario ritual de los canticos de bocinas, detrás de las cuales operan conductores que suponen que su accionar (bocinazos) es el que logra que por fin se mueva el tráfico. Más indignante que su ignorancia, sin embargo, es su doble moral.
Uno supondría que tanto licenciados y doctores, como minibuseros y taxistas, impugnan con su sonora contaminación el que el de adelante demore demasiado en recoger a un pariente, o pasajeros. El casi instantáneo accionar de sus trompetas, sin embargo, crea la ilusión que lo que objetan es el hecho que se estén violando las normas de transito, al pararse en cualquier lugar. Dicha posibilidad es empíricamente descartada al comprobarse que quienes inmediatamente desaprueban la transgresión del otro luego - cuando sus intereses están en juego - cometen idéntica infracción.
El MAS y el repudio de la población hacia los partidos tradicionales llegaron exactamente al mismo tiempo. En consecuencia, el primero cree que encarna y personifica el cambio que el pueblo boliviano esperaba, confundiendo “causalidad” por “correlación”. Ahora que es Gobierno, pretende que Bolivia avance a bocinazo limpio, frenando únicamente cuando políticamente no le conviene atropellar a quienes en paralelo avanzan por su camino. En consecuencia, la ley ha perdido su investidura, los sectores productivos se han frenado en la encrucijada, y las inversiones prefieren no ingresar en el actual embotellamiento. El innegable caos que la arrogancia y dogmatismo palaciego ha desatado es profundizado por una oposición política que también cruza por donde le da la gana, lo cual hace que nuestro desarrollo a duras penas pueda transitar.
Flavio Machicado Teran
1 comment:
Buen post, algo de eso escribía hoy
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