Durante miles de años la mujer ha sido sometida a un estatus inferior, sus derechos básicos negados, y su libertad comprometida debido al sometimiento económico que impone el marido. Uno de los pocos espacios en los cuales la mujer es valorada, es en la formación de los hijos, y su capacidad de ofrecer refugio al sufrimiento e inseguridad de un niño, nos lleva a honrar el amor de madre. En consecuencia, en el divorcio la custodia de los hijos es otorgada - en más de un 90% de los casos - a la madre. Esta cifra, sin embargo, no refleja casos en que la madre sufre de trastornos que harían al padre un mejor guardián de la salud mental del niño. Tal vez en la mayoría de los divorcios un hijo está mejor con la madre. Pero no necesariamente es cierto en todos los casos. Por ende existen instancias en los cuales el poder del estado es utilizado, no para brindarle justicia a los niños, sino para discriminar al hombre sobre la base de género.
El caso de Alec Baldwin y Kim Basinger ha creado gran controversia debido a que “alguien” hizo público un mensaje que le dejó el padre a su hija, protestando sus múltiples desaires. Frustrado por el hecho que la hija no contestaba sus llamadas, Baldwin no tuvo inconveniente en llamarla una “pequeña cerda”, y amenazarla con “ponerla en su lugar”. Según el padre, la madre ha utilizado su posición privilegiada para alienarla de su cariño, y ha llevado a la hija tomar partido en un amargo divorcio, repleto de rencor. En casos de “alineación paternal”, la hija es utilizada como peón en la disputa entre el padre y madre, llevando a la hija a preferir a uno, y ha odiar al otro.
Las protestas sobre la misoginia de Baldwin, y los efectos traumáticos de su hiriente e insultante mensaje, no se han hecho esperar. Su proceder es vil y condenable. Pero si la madre también compromete la estabilidad emocional de la hija, haciendo público un tema domestico, ello queda desapercibido, reservándose la injuria para las injustificables palabras de Alec. Humillarla públicamente, imponerle secuelas emocionales al hacerle sentir que – por solidaridad– debe ahora despreciar a su padre, parece ser un privilegio que se reserva la mujer, por el hecho de pertenecer al grupo históricamente discriminado. El opresor debe ser merecidamente castigado, aún cuando es el hijo quien debe pagar las consecuencias del odio entre quienes lo concibieron. En el divorcio entre el Occidente y Oriente, igual se nos reduce a peones, obligados a tomar partido, y demostrarle a la madre que la queremos más. El padre ha resultado ser un cabrón, de ello no hay duda. Pero el odio y manipulación no nos ayudan trascender las consecuencias nocivas de la discriminación, mucho menos reconocerla.
Flavio Machicado Teran
1 comment:
Me parece que el post es un poco complicado ya que muestra como dos padres no tienen la madurez suficiente para afrontar un divorcio
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