Este es un artículo publicado por mi primo Flavio Machicado Terán en La Prensa, marzo 14, 2006.
La música estuvo alucinante y el público no paro de bailar, pero lo que más me impresionó fue el arte de la diplomacia y moderación demostrada por el personal del grupo francés Manu Chao, Radio Bemba. La integridad física del grupo estuvo a cargo de agentes bolivianos, quienes tuvieron que contener a un público desbordado que no escatimó esfuerzos para subirse al escenario. Fueron cientos los que burlaron el cordón de seguridad, pero nadie salió lastimado, y el público boliviano recibió una clase de moderación por parte de un gigante calvo de media barba y arete de pirata – miembro del staff de Manu Chao – que parecía reflexionar en cada intervención a los agentes bolivianos. Este sofisticado señor, notoriamente promovía que traten a los invasores con cuidado, casi con gentileza, ya que no había necesidad de utilizar violencia.
Dudo que Manu Chao done sus ganancias a una causa benéfica boliviana, ni siquiera un diez por ciento - que podría considerase un “impuesto” moderado. Por lo tanto, debo asumir que Manu Chao es una empresa que vende un producto, que crea una imagen, y que se beneficia comercialmente al atacar artísticamente al “Señor Matanza”, es decir, a los empresarios dueños de los medios de producción. Existe, entonces, tal cosa como “ética corporativa” por parte de algunos de los que invierten en el país con animo de lucro, y la lección de la empresa Manu Chao que me parece importante es: “no es necesario utilizar violencia para conseguir un objetivo, especialmente cuando la violencia puede llevar a un espiral de irracionalidad – léase más violencia”.
El concierto, sin embargo, tuvo un alto contenido político, fustigándose repetidamente al mal gobierno, y a la mentira, sobre todo a la mentira de la democracia, y la palabra “Washington” desató sentidos abucheos sumergidos en un odio casi palpable. La manera artística, apasionada y embebida de magníficos ritmos es digna de una ovación. Sin embargo, el profundizar una metodología maniquea que se manifiesta en el ser humano, es digna de reflexión. El odio parece ser reflejo instintivo de la impotencia que se siente ante un poderío militar y una hegemonía económica y cultural. Lo entiendo. Pero su “metodología” crea irracionalidad, y se pierde “qué parte” de Washington es el enemigo. ¿Acaso la guerra en Irak, o el consumismo? ¿Qué pasará cuando la izquierda norteamericana tome el poder? ¿Seguirá siendo el enemigo? Además, el consumismo no es monopolio de un pueblo, ni de una ciudad, y la democracia no es toda mentira.
El odio tal vez sea una respuesta instintiva natural de la impotencia, del sentirse víctima. Pero - como nos enseña Manu Chao - la violencia no siempre es necesaria, y puede ser contraproducente. Entonces, cuando la democracia permite al pueblo tomar el poder, ¿sigue siendo víctima? Quien se siente víctima no puede entender su responsabilidad de establecer condiciones para trascender el mal gobierno, y aunque el abrir las puertas de entrada al Teatro al Aire Libre tres horas después de lo programado – mal gobierno -no causó una segunda República de Cromagnon, dudo que la diplomacia manochaoista funcione cuando sea Shakira o Pilar Montenegro la que deba compartir escenario con decenas de fanáticos. Para los desafectados, rebelde e idealistas, las normas, el orden y lo racional se ha convertido en el enemigo, y la violencia y el odio se han convertido en armas justificables. Esta “mala metodología” deja abierta la puerta a que el mal gobierno surja del pueblo, porque lamentablemente al verdadero enemigo jamás realmente se lo identificó, y en vez, el odio fue enaltecido. El dividir la realidad con desprecio entre el bien y el mal, también es mentira.
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