El extremismo de la “mano invisible” suponía que el bien común se lograba simplemente mediante el incentivo que tiene cada individuo de obtener una retribución por su trabajo. Luego, el modelo neoliberal, al precio de atar la mano del Estado en su capacidad de crear condiciones para el desarrollo, dogmáticamente privilegió la flexibilidad del mercado. Ahora, con el excelente y bien intencionado propósito de erradicar los incentivos individuales en nombre de la solidaridad, y de transformar el interés personal iluminado, por un poder político comunitario que le dé vida a la imaginación de académicos trasnochados, viene la visión apocalíptica del conflicto étnico, para reemplazar la mano invisible del mercado, con la mano negra del dogmatismo ideológico.
Aprovecho que aún existe libertad de expresión individual, para darle voz a uno de los eruditos del “poder a través de la retórica de la igualdad”, el académico Luis Tapia. Dice Tapia: “Para enfrentar la integración y la igualdad multicultural, hay que pensar en un conjunto de niveles intermedios que produzcan continuidad entre los núcleos de autodeterminación local y cultural, y que éstos vayan a través de varios niveles intermedios a participar en la toma de decisiones a nivel ejecutivo”. Tapia luego nos advierte que la descentralización es una conspiración neoliberal, que la autonomía “sigue siendo pensada bajo el formato de gobierno de la cultura dominante”, y que la gran conspiración oligárquica es dominar mediante “el sistema de partidos y competencia electoral... [para] gobernar de manera mayoritaria producida artificialmente por mecanismos electorales”. ¡Qué! Debo suponer que al señor Tapia le molesta que el Presidente Morales gobierne con solo el 53% del voto, o tal vez le de rabia que no haya obtenido el 100%.
Lo primero que me queda claro es que, por muchas condiciones e incentivos que pueda crear una región para atraer inversionistas, éste gobierno tiene la capacidad de imponer, mediante el dogmatismo de una mentalidad comunitaria, su resentimiento hacia el enemigo - la inversión privada - y así ellos decidir quién puede o no invertir en dicha región. Así que, de nada vale la autonomía, cuando la mano negra del dogmatismo ideológico podrá borrar con el codo, lo que las regiones logren - en base al sacrificio y sudor - construir con sus individualistas manos. La segunda, es que se pretende avanzar el desarrollo del país y crear empleos en base a la “deliberación colectiva y proceso político de construcción en espacios públicos”, eliminando los incentivos privados, a favor del poder político de decidir “qué” y “cómo” producir. Por último, me queda claro que el obstáculo entre perpetuar la mano negra del dogmatismo ideológico - durante los “cincuenta años de horror” necesarios para enmendar la injusticia de los “500 años de opresión” - son las libertades democráticas, y el proceso electoral, que “burgueses” como yo aún consideran su derecho defender (y que hoy permiten a sus detractores gobernar).
Lo que no le debe quedar claro al profesor Tapia es que la CPE enmarca valores y principios fundamentales para garantizar una convivencia sana y productiva, y no constituye un programa de gobierno para avanzar los intereses de un solo grupo o región. Es como las reglas de la gramática. Una vez decididas éstas reglas, cada quien tiene la libertad de utilizar el idioma para crear poemas, avanzar la ciencia y tecnología, o articular una visión política o económico para el país. En el caso de la gramática, la reglas deben ser congruentes y coherentes, y su imperativo debe ser la comunicación. En el caso de la CPE, la igualdad debe ser igualdad de derechos y oportunidades, y el imperativo debe ser– respetando libertades – el superar injusticias y asimetrías que discriminan la óptima participación y libre desarrollo del individuo. Pero con poetas como Tapia, en la semántica del poder colectivo hemos de naufragar, recitando odas a su concepto extremista de una igualdad comunitaria.
Flavio R. Machicado Terán
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