Por su inmoral y decadente predisposición a estimular la demanda agregada, John Maynard Keynes es acusado de nihilismo económico. “… [D]urante cien años debemos fingir que lo justo es malo y que lo malo es justo... La avaricia, la usura y la previsión han de ser nuestros dioses..." Con esas palabras Keynes propuso salir del túnel de la crisis económica creando en el seno de nuestro ser apetitos insaciables. La formula resultó ser sencilla y efectiva: el gobierno debía crear trabajos, aunque sea cavando huecos y volviéndolos a tapar. El objetivo no era sólo crear trabajos, sino estimular el consumo. Gracias a que la tecnología de 1930 permitía una comunicación masiva, las grandes masas (con dinero en el bolsillo) fueron inducidas a salir al mercado y comprar, comprar, comprar. La guerra ideológica de la Guerra Fría fue ganada generando las conocidas dinámicas del consumismo. Historia antigua (bostezo).
Dos guerras mundiales fueron lanzadas el siglo pasado para llenar el gran vacío de poder en Occidente. Luego se suscitó una pugna por hegemonía geopolítica, apuntándose mutuamente con armas de destrucción masiva. Si bien el consumismo sepultó en “stuff” el avance comunista de Moscú, el socialismo una vez más está de moda y su marca favorita es “Obama”. La batalla del siglo XXI es diferente, porque el vacío es mental. El conflicto es sobre ideas, sobre todo por aquellas que funcionan. Curioso que la herramienta de comunicación masiva utilizada para avanzar el nuevo nihilismo económico es la misma: el radio. En la era del Internet, es del radio que emerge el enemigo mortal de Keynes y Obama. La voz pertenece al trágicamente cómico comentarista conservador Rush Limbaugh, líder de facto del partido Republicano.
Un vacío político naturalmente sucede cuando una generación pasa la batuta. Gracias a la burlona e inmensa figura de “Rush”, para llenar ese vacío se ha desatado una guerra civil en la derecha norteamericana. Se suponía que las nuevas caras del partido Republicano pertenecían al guapísimo mormón (Romney), la guapísima cazadora de caribús (Palin), el simpático hijo de inmigrantes de la India (Jindal) y un gobernador elegido a sus 42 años (Pawlenty). Menos Romney, todos menores de cincuenta años. Menos Pawlenty, todos con un carisma en el frívolo estilo de Hollywood. Ninguno con grandes las luces intelectuales, mucho menos el gravitas, de Barak Obama. Fue precisamente la sagacidad maquiavélica de Obama que inició la guerra civil. La chispa fue detonada cuando Obama proclamó como líder de la oposición – no a las caras “bonitas” - sino a “Rush”, un tosco matón verbal que viste con la gracia de mafioso ruso y proyecta una imagen no apta para la televisión.
Rush Limbaugh lanzó públicamente una maldición a la presidencia de Obama, deseándolo el fracaso. El Presidente Obama no titubeo en convertirlo la cara de la oposición. Su estrategia ha funcionado con maléfica precisión. Los detalles son de telenovela y serán proporcionados como telón de fondo. Detrás del drama de Obama hay una lección. Pero empecemos por la morbosidad, una chacota que empezó cuando el afroamericano D.L. Hughley (abiertamente fanático de Obama) invitó a su programa en CNN a nada menos que el flamante líder del opositor Comité Nacional Republicano (RNC). El RNC es la organización afiliada al partido republicano más importante y su principal generador de fondos. Su actual líder es Richard Steele, el primer afroamericano elegido a esa posición y supuestamente un rostro importante dentro de la oposición.
Dos afroamericanos discutiendo los ataques al primer presidente afroamericano por parte del guasón de la derecha no proporciona gran controversia, a menos que la función de uno de los dos afroamericanos sea precisamente derrotar electoralmente al Presidente Obama. Fiel a la estrategia de su líder, Hughley lanzó la carnada cuando - en medio de la conversación con Steele - llamó a Limbaugh “el líder de facto del partido Republicano”. Steele no solo mordió la carnada, sino que se trago caña y anzuelo cuando espetó, “No. No lo es. Yo soy el líder de facto del partido Republicano”. Si tal innecesario exabrupto no fue suficientemente polarizador para el partido Republicano, sin duda alguna Steele logró llamar la atención cuando se refirió a Rush como un “artista”; tildando el deseo de Limbaugh que fracase Obama como “feo” e “incendiario”.
Las repercusiones no se dejaron esperar. En la Casa Blanca sacaron las pipocas y cómodamente sentados escucharon en la radio como delante de sus 22 millones de radioescuchas Rush fustigó a Steele al día siguiente. “Michael Steele, usted no es el líder del Partido Republicano, usted es la cabeza del RCN”, empezó Limbaugh. Sin ánimo de contener su rabia continuó, “Millones de Republicanos no quieren saber del RCN y cuando usted llama pidiendo dinero, le cuelgan el teléfono”. Dándose cuenta que había ofendido a la nueva vaca sagrada del conservadurismo norteamericano, el presidente del Comité Nacional Republicano tuvo que disculparse casi al extremo de la humillación. Y así – en medio de dime y diretes - quedó sellado el giro a la extrema derecha de la oposición en los EE.UU, llenándose su vacío político. Las caras bonitas, dignas de pantalla de cine, ahora tendrán que rendirle pleitesía a Rush, el cara de radio.
El triunfo de Rush (“que fracase Obama”) ha colocado a la oposición en una situación insostenible. Aquellos Republicanos que ahora apoyen medidas del gobierno y expresen su deseo que “triunfen” las políticas de Obama serán considerados unos traidores. Todavía peor, aquellos Republicanos que insistan en su deseo que fracase el gobierno no ganarán muchos adeptos entre el pueblo norteamericano; por lo menos no entre aquellos cuyo bienestar familiar ahora depende que tengan éxito las ideas de Obama.
Una democracia saludable requiere de una oposición robusta, que ofrezca alternativas coherentes. En defensa de Limbaugh han salido a la palestra varios políticos con el argumento que la oposición fue igualmente severa con el Presidente Bush. La antítesis de Rush, el “tele-genético” Keith Oberman, plantea una gran diferencia. No es lo mismo criticar políticas que pueden fracasar (o que han fracasado) y ofrecer una crítica con la intención de evitar que se implemente una política que probablemente ha de fracasar, que desear que el gobierno fracase. ¡No importa! Para la extrema derecha, si Obama logra sacar a flote a la economía con un neo-keynesianismo y un nuevo régimen de salud universal, ello representará una ideológicamente intolerable redistribución de riqueza y augurio apocalíptico del inevitable fin del libre mercado y capitalismo.
Desearle al gobierno de Obama el fracaso es tentar al demonio de la depresión global. Una cosa es ofrecer una crítica basada en principios políticos, otra muy diferente es colocar a la ideología por encima de todo lo demás. Desear que triunfe una idea, sin importar el costo humano, es nihilismo. La nueva Guerra Fría de los EE.UU. es una batalla que pretende establecer hegemonía sobre su propia consciencia. El dogmatismo ideológico, tanto de izquierda como de derecha, es historia antigua (bostezo). ¡No importa! En nombre de derrocar al socialismo de O-Batman, la derecha norteamericana está dispuesta a convertirse en el Guasón, que en las sombras de la oscuridad no ha de hacer (ni dejar se haga) nada para detener el colosal incendio.
No sé cuál será la lección para Bolivia de todo esto. Solo sé que no podemos darnos el lujo de sacar las pipocas y sentarnos cómodamente a observar como nuestra historia ahora se repite en el seno del odiado imperio. Lo que si estoy seguro es que siquiera mencionar que es posible desear que nuestro presidente aprenda a tener éxito en sacar del agua a la nuestra economía será suficiente para ser acusado de traidor por una oposición que no tiene propuestas, que no ha desarrollado una ideología y que ni siquiera existe. Si de nihilismo económico se trata, a Bolivia no le gana nadie.
Flavio Machicado Teran
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