Tarde o temprano los bandos entran en contacto, como si estuviesen destinados a resolver una disputa. A las disputas he de añadir una más: aquella entre pragmáticos de lo que “puede ser” y románticos de lo que “debería”. Tener un concepto de lo que “debería” es vital. En un mundo ideal, por ejemplo, los diversos bandos se complementan, en lugar de pretender eliminarse entre sí. La actual pugna – quiero creer - es entre distintas maneras de lograr un mismo objetivo. Por el bien de la nación, espero no ser inocente al asumir que compartimos un mismo ideal. Existe la posibilidad que la pugna se reduce a la redistribución de recursos que ya existen, y que no les interesa a las partes consensuar cómo continuar su creación. Pero si efectivamente compartimos objetivos, dicho consenso de ninguna manera implica que debamos coincidir en cómo, por ejemplo, mejor erradicar el racismo y descentralizar el aparato del Estado.
Los contrastes ideológicos son necesarios, debido a que es imposible llevar a cabo el ejercicio dialéctico que permite integrar aparentes contradicciones en una síntesis momentánea (con la cual se abren pequeñas brechas en el camino) si las posiciones son monolíticas, o producto de un estéril dogmatismo. Existe una diferencia, sin embargo, entre posturas radicales y asumir - sin fundamentalismos -una posición. Pero asumir una postura es necesario, un cotidiano homenaje a quienes ofrecieron su vida por un ideal de cómo deberíamos convivir los bolivianos.
No confiero a los pragmáticos dones especiales para resolver problemas, pero me defino como uno de ellos. La política, después de todo, es el “arte de lo posible”. Reconozco la contribución de mis hermanos utópicos, porque de no ser por su noble espíritu avanzaríamos hacia objetivos compartidos sin la iluminación que confiere soñar con utopías. Dejaré que sean los utópicos los que defiendan su postura. Yo me limitaré a hablar por los míos, aquellos que opinamos que las condiciones se crean desde abajo mediante la vibrante energía de la sociedad, y no se imponen desde arriba por la fuerza circunstancial del poder político.
Profundas transformaciones son necesarias. La premisa anterior no le confiere a los que se apropiaron del eslogan poderes mágicos o infalibilidad. La actual propuesta de CPE está lejos de ser consensuada, porque nunca fue realmente deliberada. Lo que demagógicamente se pretende es alimentar esperanzas simplemente decretando reivindicaciones etno-comunitarias, a la vez de asfixiar la capacidad de la sociedad de crear empleos, avanzar justicia y fomentar inversión. Es cierto que – con la excepción de Canadá y Noruega - todos los grandes productores de hidrocarburos tienen gobiernos centralistas y autocráticos. ¿Quiere decir que Bolivia debe arrodillarse ante el Estado, apostando su futuro a una fuente de energía que – tarde o temprano – ha de ser reemplazada por nuevas tecnologías?
La coyuntura actual ofrece grandes oportunidades de crear una Bolivia más justa, productiva y equitativa. Se ha destapado la corrupción partidista y arrogancia de una incompetente clase gobernante, que jamás expresó su convicción de acabar con el racismo, o descentralizar el poder del Estado, hasta que le resultó políticamente conveniente. Ahora existen mínimos consensos. Tarde o temprano los radicales tendrán que aceptar que lo posible es mejor opción que destruir la nación en nombre de ilusorias reivindicaciones de papel que, a este paso, perdurarán únicamente en su imaginación.
Flavio Machicado Teran
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