“Es más fácil crear un imperio que sostenerlo” decía Li Si al Primer Emperador de China para alentarlo. Para no preocuparlo, nunca le dijo que abandonarlo es igualmente complicado. Complicado fue para Bélgica cuando en 1960 decidió abandonar el Congo, una catastrófica transición que dividió al país, costándoles la vida a cien mil personas. Los Países Bajos, una potencia mundial durante La Edad de Oro Holandesa, tuvieron también que abandonar sus colonias en las Indias Orientales Neerlandesas. Aún “símbolo de la gloria comercial y marítima de Holanda” según Tony Judt, las islas se convirtieron en zona de conflicto el 17 de noviembre de 1945, cuando Sukarno informó al ejército holandés de 140,000 efectivos que Indonesia era por fin tierra soberana. Ahora le corresponde al siglo XXI anunciar a Rusia y EE.UU. que sus hegemonías han sido drásticamente transformadas. Intimidadas por el nuevo orden mundial, ambas naciones dan sus últimas pataleadas de ahogado.
¿Puede la familia de naciones impávidamente observar el ejercicio de violencia justificada por argumentos geopolíticos? ¡Ya no! El planeta ha sido transformado por la nueva tecnología, nuestros sentidos expandidos geométricamente gracias a la magia del ciber espacio. A su vez, también existe un lugar en la comunidad de naciones - y posibilidad de redención - para los que otrora fueron imperios. Ya no es suficiente condición, sin embargo, únicamente liberar súbditos. Quienes pretendan redimirse de su opresor pasado deberán también contribuir a liberar al ser humano, cualquiera fuesen sus cadenas.
Noruega, Dinamarca y los que fueron Países Bajos correctamente manifiestan su indignación ante un pasado europeo racista y colonial. Entienden la opresión, porque durante siglos ellos fueron el escenario de conflictos por diferencias étnicas y religiosas. Los holandeses enfrentaron su crisis gradualmente desarrollando un sistema político que luego fue codificado – entre otros - por Arend Lijphart. El sistema fue bautizado “consocionalismo”, una forma de gobierno diseñado para garantizar la participación de minorías y compartir el poder en sociedades pluralistas profundamente fragmentadas en grupos heterogéneos, para así permitir gobernabilidad democrática y cohesión social.
Los europeos del norte llegaron a Bolivia ansiosos de redimirse de su oscuro pasado colonialista, convencidos que ayudarnos trascender nuestras limitaciones cumpliría con tan noble objetivo. Sus ONGs deben estar llenas de profesionales en ramas sociales y culturalistas, con limitada comprensión de cómo sus naciones asignan eficientemente recursos. Sería necio de nuestra parte, por ende, suponerlos capaces de hacer a un lado el dolor que les provoca sus mecanizadas sociedades para compartir con nosotros su sabiduría económica, un aspecto de la convivencia social que debe ser en sus ONGs especialidad de una minoría.
No obstante esa limitación, creo que todo nórdico es capaz de anticipar las nefastas consecuencias de la imposición de una fuerza política - por muy “mayoritaria” - sobre los demás. Por experiencia propia, entienden perfectamente los peligros de la tiranía de la mayoría. Pero los que vienen a Bolivia parecen ser aquellos más desafectados por la modernidad, muy distraídos en la búsqueda de consuelo existencial codificando nuestras costumbres y tradiciones. Alegremente financiaron el cambio. Ahora, en lugar de realmente contribuir a que los bolivianos trasciendan sus bajos instintos, súbitamente se transforman en impávidos observadores de nuestro derrotero al abismo. Pareciera que abandonaron las Indias Orientales, solo para encontrar aquí sus conejillos de india. Su silencio es cómplice de la polarización política que “indirectamente” contribuyeron a crear, un golpe bajo moral e intelectual.
Flavio Machicado Teran
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