En tiempos de justicia comunitaria, la justicia divina pasa algo desapercibida. Mientras que es la turba quien despedaza al supuesto culpable; con la ley del karma es el sentimiento de culpa quien se encarga en despedazar la paz. En la justicia comunitaria, la única cárcel es el trauma que queda en los pocos sobrevivientes, debido a quemaduras, huesos pulverizados y brutal violencia. Con el karma, es una abstracción cósmica la que - cual escribano - mantiene registros de cada acto, y llega incluso a quitarnos un ser querido para castigar una transgresión.
No dudo que la justicia comunitaria tenga mecanismos idóneos para organizar poblaciones que no quieren, o no pueden, integrarse al Estado. Tampoco dudo en la idoneidad de la voluntad de Dios. Pero si en un extremo a un ser humano se lo quema vivo por robarse una moto, y en el otro llega a degollar su propia alma por creerse responsable de la muerte de otro ser, entonces algo anda mal con estos dos tipos de “justicia”.
Con su arrogante manejo del poder, un líder político creó en octubre de 2004 un caos que acabó costándole la vida a decenas de personas. La amargura y desasosiego en estas familias es grande, y el vacío se extiende a toda una población. Durante un almuerzo una amiga exclamó, “pero algún día [los culpables] han de recibir su merecido castigo”. Sin mayor ánimo de ofenderla, disputé la eficiencia de dicha fuerza cósmica que reparte castigos.
Al igual que aquellos pueblos olvidados por la ley, que cuando son ultrajados por ladrones deben implementar su versión de justicia comunitaria, es razonable sentirse descorazonado por la impunidad y el abandono de la justicia divina. Y cuando no podemos atrapar al malhechor para dispensar justicia, nos ayuda sentirnos mejor creer que existe un Ser Supremo que vela por nuestra seguridad, y sobre todo que dispensa justicia. Considero peligroso, sin embargo, este placebo mental.
En la medicina existe la figura del placebo, y está comprobado que funciona en quienes creen que funciona. Para que un placebo funcione, sin embargo, la persona debe creer que es un remedio que ha de resolver su mal. No tengo nada contra el placebo. Mi preocupación es que – por defender al placebo - se desvirtúe y obstruya la capacidad de desarrollar remedios avanzados para enfermedades avanzadas.
El ser humano hoy acusa un mal existencial que le resta vitalidad, y sobre todo responsabilidad en sus actos. Los retos modernos son onerosos y tenemos que luchar contra el hambre y la injusticia. La energía, sin embargo, pareciera estar enfocada en defender a una fuerza superior, una deidad-a-nuestra-imagen y semejanza que Nos ha elegido, en lugar de avanzar una mejor relación con Dios y su creación, descubriendo una mejor medicina espiritual.
Es decir, puede ser “inocente” decirle a una niña que su hermanita “está en el cielo”. Es una manera de aplacar su dolor y darle fe que algún día volverá a verla. Pero vivir toda una vida delegando a fuerza externas la responsabilidad de construir condiciones de vida, es una estrategia existencial que temo empieza a encontrar serias limitaciones.
Creo fervientemente en Dios, un Dios cuya energía y conciencia se enfoca en crear, por ejemplo, seres diminutos – hormigas - que instintivamente cortan hojas para luego enterrarlas debajo de las sabanas africanas. Estas hojas se convierten en hongos, que a su vez alterna el pH del suelo y lo fertilizan, permitiendo que broten nutritivos pastos que luego habrán de alimentar a cebras, que terminarán en el estomago de un adorable cachorrito de león.
Hay violencia y muerte en Su plan divino, pero también hay vida y mucho amor, y ello hace a mi Dios igual de misterioso y magnificente que el Dios que castiga. Ese Dios es igual de bondadoso e impenetrable que el Dios que mantiene una bitácora de cada uno de los seres humanos que habitan el planeta. Ese Dios es igual de milagroso que el Dios que se ofende cuando no lo adoramos como lo demanda nuestra tribu. La diferencia es que mi Dios no es en imagen y semejanza del ser humano, y trasciende el ego, la maldad y la ignorancia, porque tiene todo un Universo – y no solo este planeta - para verter vida dentro su entrañas.
A mi querida amiga le ofendió mi Dios, y reclamó que “le estaba faltando el respeto al Suyo”. ¡Qué puedo hacer si yo no creo que Dios pierda el tiempo castigando terrícolas! Además, temo que el delegar la responsabilidad sobre nuestra integridad física y moral a una fuerza divina que mantiene una permanente vigilia sobre los actos de los demás, atenta contra nuestro espíritu, ya que del amor al odio hay un solo paso, y de la fe al cinismo parece que es exactamente igual.
Ante mi argumento, mi amiga me acusó de querer imponer sobre otros mi verdad. ¡Que ironía! Yo tan solo solicité de esta fuerza divina que - si ha de castigar - lo haga con mayor eficiencia. Tuvieron que morir 50 millones de seres por culpa de Hitler, masacre que fue detenida por tropas y tanques soviéticos. De haber dejado que el karma se haga cargo del tirano, estas palabras estarían hoy escritas en alemán.
Yo la quiero mucho a mi amiga, pero no creo que sea tolerante o misericordioso de su parte el cuestionar mi derecho a creer que ni Dios, ni las fuerzas y leyes universales que El ha creado, pierden el tiempo en castigar la ignorancia o maldad humana.
Lo lamentable es que es Estado tampoco quiere – o puede – imponer orden e impartir justicia en pueblos olvidados por la ley. Corremos el riesgo, por ende, de caer prisioneros del caos comunitario, o de una abstracción medieval.
Si queremos entereza, debemos continuar con madurez política la tarea de perfeccionar nuestro sistema jurídico. Si queremos paz, debemos ser más conscientes de nuestros actos y de sus consecuencias. Si queremos evolucionar como sociedad, enfoquémonos en crear el marco constitucional que defienda nuestros derechos, y exija a los demás cumplir con su responsabilidad de no afectar o perjudicar a los demás. Si queremos justicia, dejemos de derrochar energía en justificar la abstracta ley del karma, o la precaria justicia comunitaria.
Dejemos a Dios seguir creando vida en todo el Universo, al Estado su monopolio sobre el uso de la violencia, y asumamos como sociedad la responsabilidad de crear condiciones para que no se cometa - en nombre de ninguno de los dos –injusticia aquí en la tierra.
Flavio Machicado Teran
1 comment:
Fue en Octubre de 2003, y no 2004.
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