Es imposible convencer a un enfermo que ya está sano, cuando su cuerpo se estremece de dolor. Y mientras que un doctor puede errar en su análisis cuando carece de los instrumentos o análisis necesarios, esta vez parece que la enfermedad ha seguido su curso, y empezamos a rogar que - para sanar - desear la paz sea suficiente.
El restablecer la salud no siempre es fácil, y miles de años practicando medicina no revelan todos los misterios del cuerpo humano, quedando varios aún por resolver. El secreto de la intrínseca relación entre cuerpo y mente se disuelve, al entender por fin que la estabilidad del organismo requiere de equilibro entre sus funciones. Pero un pedazo más del rompecabezas no descubre al santo grial entero, y seguimos corriendo el riesgo de diagnosticar una migraña, cuando en realidad es un tumor cerebral.
Bancos centrales e instituciones que velan por la salud de los mercados financieros de Alemania, EEUU e Inglaterra, intentan afanadamente perfeccionar una economía global que, dejándose sentir estrepitosamente el fin del boom inmobiliario, estuvo en peligro de caer en espiral. Para ello, primero debieron utilizar el dinero del pueblo, para subsidiar a bancos que irresponsablemente corrieron riesgos. El dinero que corrige su angurria proviene de impuestos contribuidos por el pueblo para avanzar el bien común, que ahora son utilizados para salvar el pellejo a codiciosos especuladores capitalistas.
Naciones como India y China se enfocan en producir bienes, y no en especular en el mercado. La especulación no es competencia para la producción, y los mercados asiáticos experimentan un boom basado en la creación de algo tangible. La necesidad de capital, sin embargo, no puede mágicamente eliminarse y, como tristemente comprueba el fracaso de la economía boliviana, los mercados necesarios incluyen al mercado de inversiones financieras. Al ser el mercado financiero vulnerable a corridas provocadas por el miedo, o una desmedida especulación, podemos concluir que las distorsiones causadas por estas externalidades son malas tanto para la economía, como para el pueblo, que en realidad son el mismo. ¿Pero acaso el libre comercio es pura especulación?
Una señora dueña de 5 pollos que prefiere no faenarlos un lunes, porque el viernes se incrementa la demanda, pudiendo entonces recibir un precio ligeramente mayor, actúa racionalmente y no está “especulando”. Son sus pollos, y ella debe tener la libertad de decidir cuando quiere venderlos. En cambio, un banco que ofrece préstamos inmobiliarios sabiendo que está asumiendo demasiados riesgos, puede estar especulando. ¿Exactamente cuándo? Eso es lo que ahora se discute, para crear regulaciones que eviten ello vuelva a suceder. No podemos comparar el cálculo de la señora con sus pollos, con entidades financieras que prestan dinero irresponsablemente. El pretender completamente controlar – en vez de idóneamente regular - la conducta de ambos, sin embargo, es la lógica que siguen los enemigos del libre comercio y del mercado.
El pollo de la señora es fuente de colesterol, que es necesario para mantener y construir las membranas celulares. Una persona que apenas come, y cuyo colesterol está por los suelos, no vive “bien”. Si el cuerpo no produce un solo miligramo de colesterol, no puede sobrevivir. Por otra parte, la libertad es necesaria para mantener y construir una economía y – al igual que el colesterol - debe fluir por las venas de la sociedad. ¿Pero cuál libertad? ¿Qué dosis de ella? El libre mercado debe ser regulado - lo entendemos todos - pero en vez de discutir exactamente “cuanto”, y “cuando”, hay quienes discuten cómo por siempre eliminarlo.
Una pregunta válida sería, ¿Es bueno para la salud producir (consumir) “demasiada” libertad (colesterol)? Pero otros hacen preguntas menos interesantes, y cuestiona la consistencia del sistema capitalista. Su argumento puede tipificarse de la siguiente manera:
-“Oye capitalista, pensaba que eras enemigo de la intervención del gobierno (colesterol) en el mercado (sangre)”.
- “Veo que eres un hipócrita, porque ahora resulta que también lo necesitas”.
Existe especulación en el mercado, y puede tener resultados perniciosos. No se hace justicia cuando se privatizan las ganancias, pero se socializa la bancarrota de los más adinerados. Pero eliminar el libre comercio o la capacidad de gestión de la sociedad, en nombre de una abstracta “consistencia”, es un argumento infantil que usan las extremas izquierdas y derechas.
Nuestro primitivo cerebro dualista recién empieza a comprender que la salud requiere de un equilibrio entre mente y cuerpo; la economía de un equilibrio entre libertad y regulación. Debemos entender también que el Estado y el mercado son herramientas creadas por el ser humano, que pueden ser perfeccionadas, y deben ser utilizadas de manera complementaria. No son verdades absolutas. Evidencia del imperativo del equilibrio y complementariedad de funciones es que los entes racionales que alababan lo analítico, ahora utilizamos la analogía del corazón y sangre que fluye por el sistema, para justificar la necesidad de liquidez financiera. Los entes románticos, que sangraban lágrimas de injusticia, ahora utilizamos el movimiento incierto del electrón - descubierto por la física quántica - para justificar la reinserción de la voluntad y la mente en la construcción de múltiples realidades.
La derecha ahora busca entender al corazón, y la izquierda sentir su cerebro. Pero ambos todavía pecamos de la enfermedad del fundamentalismo ideológico, dibujando caricaturas de aquello que desconocemos, una dualidad reduccionista que alcanza dimensiones de epidemia.
A base de pura retorica anti-liberal y caricaturas del libre mercado no hemos de parar la inflación, ni crear empleos. Pero en vez de observar - sin prejuicios - y aprender cómo evitar una posible iliquidez en el sistema financiero, algunos simplemente levantan el dedo acusador para exclamar ¡Aja! Por ello es que, en lugar de pretender siquiera estudiar y entender cómo se perfecciona el mercado, como se detiene una crisis, y cómo lograr que la economía navegue por aguas tempestuosas sin ahogar a la población en miseria, seguramente nuestra cúpula palaciega está estudiando como imitar las hazañas políticas del presidente de Zimbabwe.
Más interesante que reactivar nuestra economía incentivando inversiones, crecimiento y exportaciones, nuestro elegidos debe estar estudiando cómo Mugabe intenta prolongar su tiranía “democráticamente”, mientras su pueblo literalmente se muere de hambre. El Presidente Mugabe, después de todo, pertenece a nuestro círculo de mentes anti-imperialistas.
La demagogia, por suerte, no es competencia para los resultados, y el pollo está en la mesa, o no lo está. Tal vez en mí retórica el colesterol es analogía de “intervención” y “libertad” al mismo tiempo, pero solo un electrón puede darse el lujo de “estar” y “no estar” a la vez. Tal vez se utilizó dinero del pueblo para salvar a la economía norteamericana, pero la economía global no ha caído en espiral, y todos nos beneficiamos. Ahora es menester perfeccionar la regulación, y evitar poner la salud económica del planeta nuevamente en peligro. Mientras, Bolivia sigue practicando una “economía cuántica”, basada en una mezcla de vudú y músculo político. Y cuando la chatarra ideológica haga que se enferme el pueblo entero, culparán a los “especuladores”, ¡incluyendo a los pollos de la señora!
Flavio Machicado Terán