Otra clase de lucha es la que – supuestamente – estaríamos avanzando como sociedad, para crear un marco constitucional idóneo y conducente a las condiciones de estabilidad e institucionalidad que se requieren para revertir injusticias y avanzar el desarrollo colectivo e individual. Sin embargo, si nos tomáramos la molestia de salir a la calle y preguntar, “¿qué quiere decir para usted “la ley”?”, temo que nos sorprendería lo difícil que es para muchos conceptuar algo que parecería ser básico y evidente. Pero la respuesta es muy sencilla: Las leyes son reglas que definen nuestros derechos y responsabilidades.
Algo tan sencillo parece hoy perderse de la conciencia colectiva, y en lugar de enfocarnos en desarrollar reglas que permita mejor avanzar nuestro bienestar común, pareciéramos preferir mantenernos en un estado de frenesí, como si esperando que sea un sacrificio humano el que logre apaciguar nuestras frustraciones. Pero incluso esos rituales eran racionales en la medida que permitían enfocar y canalizar los esfuerzos del pueblo. Lo que es irracional es disipar la energía que representa la voluntad de cada uno de los bolivianos, simplemente porque no se entienden algunos preceptos básicos que hacen que la convivencia, incluso entre primates, se dirija hacia mínimos objetivos compartidos, como ser aquel que representa la estabilidad.
En la historia de la humanidad han existido, y existen, leyes injustas o anacrónicas que deben ser revertidas o perfeccionadas. Durante la era oscura del medioevo europeo, por ejemplo, los terratenientes imponían sus leyes sobre sus vasallos, un antecedente histórico que muchos dirán aun refleja lo que sucede en nuestro propio suelo. Quienes tan cínicamente prefieren optar por una postura que ignora el lento proceso evolutivo de la sociedad - y tal vez pretenden acelerar el proceso mediante el fuego de la lucha de clases y una sangrienta revolución - subestiman el marco legal establecido, el cual afortunadamente aun rinde tal irracionalidad poco probable. Es precisamente el hecho que hemos desarrollado reglas que permiten cierta convivencia pacifica, y sobre todo la alteración pacifica del poder, lo que permite aun mantener un vestigio de civilidad.
Para entender la clase de lucha que se quiere imponer, debemos solo observar como se pretende convertir en “enemigos de clase” a los cooperativistas mineros. Lejos de querer “desestabilizar” al gobierno, lo que piden son reglas de juego que permitan racionalidad en su actividad, en lugar de chantajes económicos que los obligue a “nacionalizarse”. Pero en lugar de avanzar un sector minero sostenible, se utiliza a la lucha de clase como estrategia política. Y aunque ello nos haga perder el tiempo a las mayorías, deben haber unos cuantos que así avanzan su agenda, al margen de las reglas y leyes que aún permiten cierta racionalidad.
Flavio Machicado Teran
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