¡Hipocresía, tu nombre es Obama! Habiéndose comprometido aceptar recursos públicos para financiar su campaña bajo condición que John Mc Cain haga lo mismo, su éxito en recaudar casi 300 millones de dólares resultó suficiente incentivo para traicionar su promesa electoral. La prensa no ha desperdiciado la oportunidad para señalar que ser “candidato del cambio” incluye cambiar su convicción de regular el papel que juega el dinero en las elecciones presidenciales. El cálculo de Obama es sencillo: darles a sus oponentes una razón para atacarlo por inconsistente, a cambio de la capacidad de tener suficiente combustible para luego devolverles el favor. Es un cálculo arriesgado, porque Obama corre el peligro que su inconsistencia alimente argumentos que lo dibujan como un típico político, dispuesto a todo con tal de ganar. La realidad siempre es más compleja.
Empecemos por las acusaciones de elitismo. Quien pertenece a una familia de multi-millonarios, que aun siendo un estudiante mediocre estudió en Yale, con un padre presidente de EE.UU. y su hermano gobernador es George W. Bush. A su vez, el que es nieto e hijo de un par de Almirantes – el rango más alto en la Marina de Guerra, es John McCain. Sin embargo, a quien acusan de “elitista” es a Obama, cuya madre fue abandonada por un inmigrante de Kenia y que tuvo que luchar por cada gramo de éxito que ha sabido exprimirle a la vida. Cuando la derecha utiliza sarcásticamente el código “elitista”, se refiere a elites intelectuales cuyo éxito académico y profesional se traduce en posturas políticas que contravienen los supuestos valores individualistas de las masas. Ser elitista en EE.UU. es básicamente no entender la importancia del sistema de incentivos, una postura que se traduce en recetas políticas de redistribución de riqueza mediante altas cargas impositivas a los más ricos. En EE.UU. el 10% de la población paga el 70% de los impuestos. Los “elitistas” suponen que los ricos deben pagar aun más, sin importar si ello afecta la inversión y generación de empleo. El elitismo es el nuevo comunismo norteamericano.
Los medios de comunicación en EE.UU. están supuestamente dominados por la izquierda liberal. Resulta curioso, por lo tanto, que los comentarios sarcásticos estén dominados por la derecha conservadora, que dibuja ácidas caricaturas de sus oponentes. La más sentimental izquierda, en contraste, por lo general está a la defensiva, quejándose de la crueldad con la que la derecha impone un sistema gobernado por el dictamen de competir para sobrevivir. Si lo que a usted le interesa es saber de qué lado estoy yo, pierde su tiempo. La realidad es demasiado compleja para reducirla a “lados”. Lo que sí puedo ayudarlo es a indagar sobre la causa de esta asimetría. Me parece que es más fácil hacerse la burla cuando la visión del burlón de “cómo” funciona el mundo es sencilla, instintiva y desapegada. Es decir, cuando se reduce la complejidad a la simple capacidad de ajustar nuestra conducta a leyes de oferta y demanda, la vida es más chistosa. Por el contrario, promover un mayor grado de cooperación y solidaridad por un bien mayor es más engorroso, menos fluido y demanda una sombría seriedad.
Los intentos de sarcasmo en la izquierda, por ende, son más sutiles. En Hancock, una película protagonizada por Will Smith (un actor muy parecido físicamente a Barack Obama), los grandes poderes del súper héroe no son suficientes para evitar que todo el mundo lo desprecie. Los poderes de Hancock son metáfora de la superioridad militar norteamericana, un país borracho de si mismo que ha decidido alienar al planeta entero con su torpe manera de utilizar su fuerza. Pero si un afro- americano puede luchar por redimir la imagen de EE.UU. desde la Casa Blanca y otro desde Hollywood, otros tantos también han de luchar por redimir a su nación estas olimpiadas en China. Los jugadores norteamericanos de basquetbol de la NBA han bautizado su campaña para obtener oro olímpico “Camino a la Redención”. Barack Obama, el súper héroe Hancock, y los jugadores de la NBA son todos ágiles, al igual que la metáfora a continuación. Lo único que requiere es que - en vez de preocuparse de “cual” lado hay que estar - use su capacidad superior de entender “sarcasmo” para captar velozmente la analogía a continuación.
Ella es rubia de ojos azules y nació en Dakota del Sur. Su nombre es Becky Hammon y es una estrella de basquetbol en la liga profesional para mujeres. Juega cuatro meses con el equipo de San Antonio, Texas y luego migra a Rusia, donde juega para el CSK Moscú. Becky Hammon, al igual que Barack Obama, tuvo que tomar una decisión racional, de aquellas que los anti-elitistas demandan del pueblo cuando deben decidir entre conductas. La decisión de Hammon parte de la premisa que su proyección profesional en el ámbito mundial no es posible a menos que juegue este agosto en las olimpiadas. Hammon ha sido galardonada con el premio Jugadora Más Valiosa y es líder en anotaciones. Su indudable destreza, sin embargo, no le ha valido ser considerada para representar a EE.UU. en China. En consecuencia, estas olimpiadas Hammon representará una nación a la cual ofrece su lealtad únicamente por interés personal: la ex -Unión Soviética.
Anne Donavan, directora de la selección femenina de basquetbol de EE.UU, ha cuestionado el patriotismo de Hammon. Raya en la hipocresía, sin embargo, que siendo que el equipo olímpico de EE.UU. cuanta con más de 50 atletas naturalizados – incluyendo varios del ex – bloque comunista – alguien del rango de Donovan se dé el lujo de criticar a una mujer profesional simplemente por optar asumir otra nacionalidad en nombre del todopoderoso euro. Vivimos en épocas complejas, en las cuales el cálculo fácil “de qué lado estas” peca de infantilismo. Becky Hammon tuvo que decidir entre aceptar el desprecio de Donavan – que no la seleccionó para el equipo de EE.UU. – o nacionalizarse rusa, ganar 6 veces más, y avanzar su carrera profesional en la vitrina más grande. Dice Hammon, “no estoy vendiendo secretos militares, estoy jugando básquet”. El patriotismo – reza el refrán - es el último refugio de los sinvergüenzas.
Para los anti-elitistas, lo más importante es la racionalidad del mercado en base a una frialdad económica. Al aceptar más dinero por el mismo trabajo, Hammon y Obama actúan racionalmente y son consistentes con esa lógica. Para los espeluznados con la sencillez de mi análisis, agrego un elemento. En EE.UU. existen organizaciones políticas llamadas “527” que no pagan impuestos ni son reguladas por la Comisión Federal Electoral. Varias 527 han de recaudar muchísimo dinero no-regulado para atacar a Obama. Por ende, el tener acceso a suficientes recursos para responder al sarcasmo de la derecha tal vez no sea muy consistente o chistoso, pero es racional. Y sí de hipócritas se trata, estas elecciones han de demostrar que ningún partido posee el monopolio.
En cuanto al elitismo de Obama, elevar demasiado el nivel de impuestos durante una recesión puede ser la receta equivocada. Una política de redistribución no debe romper el delicado equilibrio en nombre de incrementar dogmáticamente la carga impositiva, sobre todo en épocas de crisis. Meter la mano en el bolsillo ajeno, sin consideración de los incentivos necesarios para producir e invertir en crecer el aparato productivo, genera en Rusia, EE.UU. y minas de Potosí una idéntica y fría racionalidad.
Flavio Machicado Teran
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