Es por esta causa que antes que una apreciación sumaria de los problemas nacionales, una postulación política responsable debe atinar a dar un rumbo esencial y sustantivo. De ese rumbo se pueden inferir como efecto del análisis, las soluciones laterales que de ninguna manera deben apartarse del objetivo central y que mas bien, al complementarse a él, den como resultado el surgimiento de un programa orgánico, cuya formulación final tendrá que ser hecha por los economistas, los ingenieros, los militares, los sociólogos, los médicos, es decir, por quienes están en la obligación de constituirse en la vanguardia técnica de u n proceso de liberación nacional.
Esta concurrencia intelectual es indispensable porque esta impuesta, no solo por la realidad de un mundo en cambio, sino porque ninguna política podrá ser seriamente asumida sin la valoración específica de la realidad hecha a través de la ciencia. La historia de los pueblos que han derrotado el atraso nos prueba que sus victorias no fueron otra cosa que victorias técnicas. Los sistemas pueden ser diferentes. En algunos de ellos la iniciativa privada tiene para sí la responsabilidad principal. En otros es el Estado el que pilotea el cambio.
Pero el protagonista más importante es siempre el científico, el profesional, el técnico. Una nación que está urgida de desarrollarse, no puede desperdiciar toda la escala de sus valores humanos en la ejecución de una política de activo crecimiento. Es necesario, entonces, recuperar para el país no solamente sus riquezas naturales, sino su riqueza intelectual, sin la cual el aprovechamiento de la primera resultaría una meta utópica y lejana.
La concepción del desarrollo industrial debe restablecer para el país la capacidad nacional de decidir ese desarrollo que a menudo por falta de proposiciones definidas se transfiere al asesoramiento exterior. La recuperación de esta capacidad es un acto de soberanía, que se presenta como un desafío a la inteligencia nacional.
Es a esa inteligencia que está constituida por los profesionales, a esa vanguardia intelectual de hombres de ciencia y de pensamiento, a los que hoy me dirijo, porque encuentro en ellos la manifestación más positiva de la sociedad.
Ínstoles pues a estudiar los problemas del país, a evaluarlos con unción creadora, a penetrar en ellos con honda fe patriótica y a trabajar sin tregua para dar una respuesta a la gran ansiedad de progreso que siente nuestro pueblo. Si al plantear esta primera premisa siembro en ellos una inquietud nacional, me sentiré plenamente satisfecho y renovaré en mi ánimo el espíritu de lucha, a los intelectuales bolivianos.
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