Monday, October 06, 2008

Fin de la Historia

El sueño postmoderno empezó en 1945, con Japón y Alemania lentamente afincándose con firmeza dentro del campo de naciones democráticas; el destino de sus pueblos intrínsecamente sellado por el intercambio comercial y mercados financieros. Derrotados en la década de 1980 por los muyahidines afganos y un modelo económico superior, la Unión Soviética por fin dejó ir libres - primero a Polonia y Checoslovaquia - luego a Ucrania y Uzbekistán. El fin de la Guerra Fría dio lugar al mercado energético ruso y una bolsa de valores vulnerable a crisis financieras en otros continentes. Los rusos ahora no pueden darse el lujo de desearles una bancarrota a sus antiguos enemigos. Cuando la tercer super potencia, China, abandonó el enfrentamiento ideológico para en su lugar dar la bienvenida a inversionistas de todo rincón del planeta, muchos optimistas pensaron que se escribía el último capitulo de nuestra primitiva y violenta condición humana. La sangre monetaria que circula por las venas de Wall Street hoy se origina en China.

En “Fin de la Historia” Francis Fukuyama pregona que – con el inconfundible triunfo del liberalismo y una economía globalizada - nacería una era de paz e integración mundial. Los intereses económicos compartidos, supuestamente, habrían de avanzar por doquier estructuras institucionales que consolidan reivindicaciones sociales, democráticas y derechos humanos; a la vez de brindar la estructura financiera para el desarrollo, posible únicamente mediante la inversión. En un mundo postmoderno, la hegemonía militar sería un dinosaurio de nuestro pasado tribal, una reliquia de una era remota que con cristalina eficacia los europeos habían dejado muy atrás. Ahora era cuestión de simplemente imitar la iluminada capacidad de los miembros de la UE en abandonar ancestrales rencillas para crear una sociedad libre de las peti-doctrinas que habían sumergido a la sociedad en pugnas por el poder entre hermanos y naciones por igual.

La nueva era dorada de la humanidad tendrá que esperar. Lejos de integrarse en un mundo postmoderno que desecha al basurero su pasado cavernícola, en la mente de los herederos de un “mundo de peligros” aún perdura la resaca tribal de una reivindicación etno-nacionalista. Lejos de enfocarse en el compartido reto de superar la crisis climática y energética, las naciones siguen luchando por cada espacio de poder geopolítico, ya sea en las costas venezolanas o en las montañas que separan el vecindario de Afganistán. Los chinos e indios (vecinos que tan recientemente como 1962 tuvieron su último conflicto armado), se dibujan rayas en el suelo; los chinos sacándole la lengua a la India tomados del brazo de su enemigo mortal, Paquistán; la India meneando su turbante tomada del brazo de Japón, de los chinos su rival legendario. Por su parte, Irán no ha de descansar hasta recuperar el estatus y respeto que recibió el Imperio Persa; y los europeos no se han de quedar cruzados de los brazos mientras observan como el resto del mundo apunta su artillería a su incomodo aliado al otro lado del Atlántico. Pero si queremos observar el resbalón al tribalismo con el cual nos recibe el siglo XXI, en lugar del ajedrez geopolítico, podemos observar la contienda electoral entre el representante del postmodernismo, Barak Obama, y John Mc Cain, candidato de la arcaica lucha por la hegemonía militar.

La economía del planeta acaba de esquivar un balazo que estuvo a punto de – una vez más - desangrar los mercados financieros, un rio de sangre que hubiese arrastrado con los ahorros y salud mental de cientos de millones de familias en los cinco continentes. Aun es demasiado temprano para entrever si la bala ha pasado dejando tan solo un rasguño, o si todavía hay que operar para sacar el plomazo alojado en la entrepierna. Los mercados financieros del planeta entero, en todo caso, han quedado seriamente asustados. El siguiente inquilino de la Casa Blanca deberá tomarse más en serio la regulación de la especulación financiera. A su vez, deberá redefinir la política exterior que actualmente mueve la fuerza militar más poderosa del planeta. En juego también está reestructurar la seguridad médica, seguridad social y sistema educativo para avanzar reivindicaciones sociales del pueblo norteamericano y su economía. No obstante la profunda crisis, la pugna entre la izquierda y derecha norteamericana se ve reducida – una vez más - a enlodarse mutuamente, echándose la culpa por la actual crisis utilizando agrios ataques personales.

El elemento personal contamina la agenda política de una vitriólica animadversión hacia el otro, tanto entre individuos, como entre naciones. Cuando debido a una simple antipatía personal, Barak Obama optó por Joe Biden en lugar de Hillary Clinton, su popularidad y supremacía política parecía insuperable. Si añadimos a su carisma, su oposición a una guerra tremendamente impopular y su propuesta de rectificar el daño a la economía de un régimen que ha demostrado estar en los bolsillos de las grandes corporaciones, su ascenso al poder parecía ser inevitable. Pero la sola apariencia de insensibilidad hacia el bloque electoral más grande de EE.UU. (que hace el 54% del voto) ha dejado la puerta abierta, y los Republicanos – con un golpe de astucia y una pisca de fortuna inimaginable – se han escabullido por ella para hacer esta elección una extremadamente cerrada. La astucia de los Republicanos fue elegir una mujer carismática; su golpe de suerte fue encontrar a una que reúne todas las características que la hacen la candidata conservadora perfecta.

Lo último que los Demócratas querían hacer es convertir la elección presidencial de 2008 en un referéndum cultural. En temas como la guerra y la economía los Demócratas tienen la mejor mano. No les conviene, por lo tanto, permitir que una vez más que al pueblo se le maree la perdiz con tácticas que juegan con sus fibras emocionales. La convicción y voluntad de voto de 90% del electorado es inamovible. Es el segmento de esquivos indecisos e independientes los que deben ser convencidos, porque son ellos quienes vuelcan la torta en una dirección u otra. Las encuestas demuestran que el efecto “Sarah”no es un fenómeno pasajero, y la contienda se ha vuelto muy, pero muy cerrada. Con cada ataque personal que la extrema izquierda lanza sobre la compañera de fórmula del veterano de guerra, hacen a “Sarah” víctima del chauvinismo machista. Ante los ojos del segmento que basa su decisión en una mezcla de factores en la que predomina lo emocional, defender a una mujer ultrajada es una reacción cuasi- inconsciente e impulsiva. El odio parece ser impulsivo igual. Por ende, en lugar de enfocarse en la guerra o economía, cual toro al que se le agita una pañuelo rojo en el rostro, los odiadores de la izquierda no han escatimado ningún esfuerzo en pintar a Sarah como una troglodita conservadora que cree que los dinosaurios existieron hace apenas 4,000 años. Lo que no entienden quienes la atacan personalmente es que – con sus ataques – simplemente la hacen crecer más y más en ojos de una decisiva minoría.

En las últimas tres décadas el sector de la manufactura en EE.UU. se ha visto relegado por la especulación financiera, que ha puesto a la economía mundial en manos de individuos que viven dentro una burbuja que es híbrido entre la gula de la antigua Roma, y el juego de azar en Las Vegas. Septiembre de 2008 marca el fin de la frívola exuberancia, codicia y rienda suelta en el mercado libre del riesgo irresponsable de Wall Street. El fracaso de aquellos que juegan con el dinero del pueblo será castigado; nuevas regulaciones han de obligar al sector financiero a jugar limpio. La pugna histórica, sin embargo, no es sobre estabilidad o perfeccionamiento del sistema que alimenta y brinda liquidez a la familia de naciones. La pugna, una vez más, es sobre supremacía moral y cultural. Por ende, para seguir con su estrategia de eterna confrontación, su poder cimentado en odios y rencillas tribales, a los fundamentalistas etno-nacionalistas del mundo entero les conviene que gane John Mc Cain.

La actual coyuntura histórica favorece a Obama. Pero una crisis mayor puede voltear la casa de cartas a favor de Mc Cain, al igual que un ataque terrorista, o un ataque de Israel a los reactores nucleares de Iran. A su vez, Obama no es un profeta iluminado que ha de salvar la humanidad. El mundo postmoderno no ha de mágicamente surgir por voluntad política o divina, y nuestros hijos tendrán que esperar un poco más. Pero si una llamada “sorpresa de octubre”, junto al odio hacia la mujer que acompaña al guerrero, logra que Obama pierda estas elecciones, la vitriólica animadversión entre hermanos y naciones seguirá gobernando nuestro planeta, por lo menos hasta la siguiente década. Al no elegir a Hillary, Obama ha dejado abierta la puerta a la continuidad de una geopolítica tribal y odio etno-nacionalista, entre hermanos y naciones por igual. Fin de la historia.

Flavio Machicado Teran

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