En la campaña electoral por la presidencia de EE.UU., la derecha norteamericana tiene un favorito entre sus posibles contrincantes, y es el rival más débil. La lógica nos dice que – entre Clinton y Obama – el más débil es aquel que – desde la perspectiva de los Republicanos – sustenta las peores políticas y es el que está más equivocado. Es imposible que sus posiciones políticas sean idénticas, pero si fuese el caso, entonces el más débil sería aquel que está menos preparado para gobernar. El frio cálculo político ha llevado a algunos Republicanos a registrarse como demócratas, para poder así votar por Hillary. A su vez, continúan inundando los medios con ataques a Obama que, de lograr su objetivo, conseguirán eliminar al más izquierdista y menos experimentado de los dos.
La justicia norteamericana tiene su propia versión de justicia comunitaria, y todo ciudadano puede ser llamado a participar en un tribunal de doce personas que debe escuchar evidencia, argumentos del fiscal y defensa, para entonces encontrar al acusado inocente o culpable. Otro ejemplo del deseo de imparcialidad del pueblo norteamericano es que la prensa se refiere a todo acusado de un crimen como el “supuesto” culpable. El deseo no libera a la cultura norteamericana de ser sometida a manipulaciones, pero por lo menos se jacta de su debido proceso, y hace un esfuerzo por analizar información relevante con objetividad. Tanto mayor el asombro que estas elecciones se hayan reducido a si Hillary mintió sobre el tipo de recepción que tuvo en el aeropuerto en Bosnia, o si Barak elige mal sus amistades y su pastor peca de ser un extremista.
El debate sobre la dirección en la cual se ha de dirigir el próximo presidente de EE.UU. ha pasado a un segundo plano, y por el momento ello incrementa las posibilidades de éxito de John Mc Cain, candidato favorito de George W. Bush. El mundo entero esta rogando que una de las naciones con mayor capacidad de ayudar a salir de la crisis que enfrenta el planeta (y también de hacerle daño), elija en las urnas cambiar de rumbo y optar por un nuevo horizonte. Pero Clinton y Obama deben primero convencer al pueblo norteamericano.
Con la ayuda de la derecha, Clinton apabulla inmisericordiosamente a Obama con insípidas acusaciones que pretenden poner en duda su carácter. No dispuesta a caer sin antes pelear hasta el último minuto, ella dice ser el candidato más “elegible” de los dos, y en parte tiene razón. A la hora de votar por su próximo presidente, una persona de extrema izquierda ha de preferir a un candidato de centro por encima de uno de derecha. Lo mismo, sin embargo, no puede decirse de una persona de inclinación política de centro que - si debe elegir entre dos extremos - puede inclinarse hacia Mc Cain.
El argumento de Hillary es que las reglas del partido Demócrata están diseñadas para avanzar la agenda del partido – ganando elecciones - y no es un pacto suicida. Es decir, aunque Obama tenga un mayor número de delgados, existe un escenario en el cual la decisión final recaiga sobre los 796 superdelegados, que son libres de dar su voto obedeciendo únicamente al dictado de su conciencia. Debido a reglas que seguramente serán reevaluadas, ex -presidentes, senadores, miembros del Comité Nacional Demócrata, gobernadores y otras figuras destacadas del partido tienen derecho a votar por el candidato que mejor les parezca. Si Obama no consigue el número de delegados necesarios, los superdelegados pueden decidir que Hillary es la mejor candidata, incluso si tiene menos votos que su contrincante.
En las últimas cuatro elecciones California ha votado consistentemente por el candidato demócrata, mientras que Texas ha optado siempre por un republicano. La certeza en la inclinación política de esos dos estados contrasta con la fluctuación en Florida y Pennsylvania, los llamados estados “columpio” que deciden las elecciones norteamericanas. Hillary ha ganado estos estados columpio, y las encuestas muestran que grupos sociales imprescindibles para ganar las elecciones, como ser católicos y la clase trabajadora blanca, la prefieren sobre Barak.
No obstante, para que Hillary remonte la desventaja y obtenga un mayor número de delegados, tendría que recibir más del 60% de los votos en las 10 elecciones que quedan, lo cual es casi imposible. Su única esperanza, por ende, es convencer a su partido que ella es el candidato más fuerte, y para comprobarlo ha decidido retar a su contrincante a un debate mano-a-mano, sin moderadores, sólo los dos en el cuadrilátero. Obama sabe que tiene la ventaja, y que debatir con Hillary únicamente puede vulnerarla. Hillary aprovecha ese cálculo político para asediarlo, dejando entrever que tiene miedo perder el debate y demostrar que aun no está preparado para gobernar. Los ánimos se han caldeado, y la división interna preocupa a la izquierda norteamericana, debido al peligro que la convención nacional de agosto en Denver se convierta en el escenario de una guerra civil.
Gane quien gane entre Hillary y Barak, el candidato victorioso tendrá que postular su posición inequívocamente, con una claridad nunca antes utilizada para delinear el nuevo horizonte. La claridad y especificidad en la plataforma de la izquierda norteamericana responde al imperativo de convencer al pueblo, pero también al hecho que por primera vez en la historia de EE.UU. es posible hablar de mayor igualdad económica, una fracasada política exterior y equilibrio ecológico sin que la derecha fácilmente reduzca la plataforma demócrata a un tipo de “socialismo”, una estrategia que ha utilizado exitosamente en el pasado para deslegitimar un cambio sustancial en dirección.
¿Obama de izquierda? ¿Izquierda de quien?, preguntarán nuestro radicales. Por supuesto que la cosmología política depende de la posición relativa, y para los fundamentalistas, Obama es un capitalista, y eso es todo lo que tenemos que comprender. La realidad siempre es más compleja, y para el ex – congresista republicano Bob Barr, el partido de Ronald Reagan se ha ido demasiado a la izquierda, abandonando el más importante principio conservador: el mejor gobierno es aquel que gobierna menos.
La tradición ideológica de Ronald Reagan se puede resumir en su postulado “El gobierno no es la solución a nuestros problemas, el gobierno es el problema”. Según Barr, candidato a la presidencia de EE.UU. por el partido Libertario, republicanos como Bush y Mc Cain han traicionado este espíritu conservador, una traición que lo impulsa a ofrecer una alternativa política en la derecha para contrarrestar la herejía republicana de optar por un candidato – John Mc Cain - que tuvo la osadía de votar contra la reducción en impuestos para los más ricos.
El mismo gradualismo que impide notemos que nuestro organismo cambia cada día, nos roba el lujo de la perspectiva histórica, una retrospectiva que permitiría observar cómo aspectos medulares del socialismo y capitalismo se fusionan delante nuestros ojos. Cuales eslabones de una cadena, el 8 del 8 del 08 es la fecha de la ceremonia inaugural de las Olimpiadas en Beijín. Con esta cábala celebraremos la inclusión de China a la economía mundial, inyectando a la recesión grandes dosis de consumo. El movimiento hacia un mundo multipolar y no-dogmático es gradual, pero la dirección es inconfundible.
La derecha fríamente calcula que apoyar a Hillary incrementa la división interna en el partido demócrata. Parten de la premisa que Obama no puede perder la nominación, y por ende ayudar a meter más calda en la pugna interna de la izquierda fortalece a John Mc Cain. Tal vez Hillary es el candidato más fuerte, pero la división racial que resultaría de negarle al primer candidato afroamericano su victoria electoral es un lujo que los demócratas no pueden darse ¿O sí? Si la derecha ahora defiende a Hillary es porque cree que en estas elecciones no podrá ser la candidata.
La discusión sobre el espíritu y dirección del capitalismo made in USA estará implícita en el debate sobre políticas económicas, política exterior y visión de una economía “verde”. Si gana la nominación de su partido, Obama entrará a ese debate debilitado por los ataques a su patriotismo y relación con el Rev. Wright, que acusa al gobierno norteamericano de inventar el SIDA para eliminar a la población afroamericana, y de practicar un terrorismo de estado. Obama es el candidato más débil, pero si su argumento sobre la necesidad de cambio es sólido, su visión del futuro uno de esperanza, entonces el pueblo norteamericano deberá escucharlo, y decidir si ha de optar por cambiar el rumbo hacia una izquierda sensata.
Gane Hillary, o gane Obama, si luego gana la elección presidencial, culquiera de los dos será mensajero de un importante cambio, y la derecha no será la única en llorar esta transformación. Una victoria de Hillary u Obama no conviene a los demagogos en ambos extremos de la cosmología electoral, porque será un eslabón más en la integración del ser humano, y un eslabón menos en la cadena del dogmatismo radical. La derecha norteamericana e izquierda tribalista latinoamericana desprecian por igual a Hillary y Obama, y no saben contra cuál de ellos el día de mañana prefieren debatir. ¡Vaya dilema!
Flavio Machicado Teran