La intención de la pateadura era protegernos. Mediante la draconiana disciplina y ciega obediencia que imponían los padres, los hijos actuábamos con miedo y prudencia. Eran diferentes épocas, y el peligro acechaba - no en un radio-taxi chuto, o bella sirena con pildorita en mano – sino en el resquebrajamiento del sistema, cualquiera fuese su base de poder, o románticas intenciones. Capitalista, comunista, despótico o democrático, de izquierda o derecha, las pateaduras creaban necesarias jerarquías, establecían orden y protegían al sistema. La violencia ejercida para protegernos era también mediante el amedrentamiento. Lo importante era someternos al orden establecido. Porque cuando un hijo desobedece, y por su imprudencia es lastimando, sufren los suyos. Y cuando el sistema es interrumpido por la subversión, desobediencia civil e intransigencia política, sufrimos todos los demás.
El mundo ha cambiado, y el orden y disciplina ya no se imponen a la fuerza. Las leyes protegen a los hijos de la violencia familiar, y la opinión mundial ha creado un entorno en el cual aquel que ostenta la fuerza económica y militar ya no puede imponer - por “universales” que sean - en los demás sus valores. No se debe ignorar el otro extremo. Algunas feministas solían escandalizarse ante la condición de la mujer en algunos países islámicos, y protestaban las mutilaciones de clítoris que practican patriarcados extremos. Pero como ahora estos patriarcas son el “enemigo de mi enemigo”, consideran que estas practicas y valores deben ser respetados. No pretendo, sin embargo, argumentar aquí el derecho cultural de mutilar clítoris, o el valor universal de la libertad o democracia. No me interesa tampoco exponer la hipocresía de los EEUU cuando dicen pretender transformar – por su propio bien - al Oriente Medio. El tema aquí no es sobre valores, objetivos o intenciones; es uno de metodología.
Solía ser que una buena pateadura era la mejor manera de proteger a un hijo, enseñarle respeto, obediencia, disciplina y moral. Ahora un hijo tiene demasiadas libertades, información y autonomía como para pretender imponerle – por su propio bien – absolutamente nada. Ahora un hijo requiere de comunicación, de la oportunidad de compartir sus problemas e inseguridades en sus propios términos, según su propia experiencia e inmadurez. Los padres podemos escuchar a nuestros hijos y compartir nuestra experiencia y limitada sabiduría. Pero ya no podemos controlarlos. Podemos satisfacer nuestro frágil ego pensando que los hemos sometido a nuestra voluntad, cuando en realidad son ellos quienes optan por la prudencia o rebeldía.
El gobierno de Bush, cual padre preocupado que defiende su familia, ha pretendido doblegar a una región entera a la fuerza, y ha fracasado. En Bolivia la “oligarquía” política jamás imaginó que le llegaría por fin el fin a su corrupto, incompetente y racista sometimiento del pueblo. Ahora el viejo orden está siendo interrumpido. ¡Que bueno! Pero cometerían un error los hijos--convertidos-padres si creen que ahora a patadas ellos si pueden crear condiciones para el desarrollo y justicia, sometiendo – por su propio bien - a los demás. Por mucho amor que profesen, y enaltecidos que sean sus valores, objetivos o intenciones, esa metodología ya ha dejado de funcionar.
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